Por Héctor GIULIANO (9.1.2017)
Una
pseudo-racionalidad financiera de base neoliberal dice que la Deuda Pública es consecuencia
del Déficit Fiscal y que, por lo tanto, reduciendo dicho déficit se eliminaría
y/o atenuaría la necesidad de endeudamiento para financiarlo.
Decimos
pseudo-racionalidad – o simplemente irrealidad - por tres motivos:
- Porque
este razonamiento soslaya que la Deuda es también un factor determinante
del déficit del Estado, que se produce vía aumento del Gasto Público
(devolución del Capital más Intereses y Honorarios/Gastos), con el consecuente
círculo vicioso que genera: más endeudamiento = más pago de servicios de
la deuda (por capital e intereses) = mayor peso de ambos rubros en el
Presupuesto anual (por desequilibrio del Resultado Financiero debido a las
refinanciaciones íntegras del Capital y la toma de deudas adicionales, y
por aumento del Gasto Corriente por los Intereses a pagar) = más cobertura
del incremento del déficit así producido con nueva deuda pública.
- Porque
la experiencia histórica argentina de los últimos 40 años (1976-2016)
demuestra que – bajo administraciones de gobierno de distinto tipo y signo
– la regla del endeudamiento sistemático y creciente, sin demostración
alguna de capacidad de repago, se ha cumplido a rajatabla; y siempre con
el mismo argumento: la aspiración de volver a colocar más deuda,
preferentemente en el mercado internacional de capitales.[1]
- Porque
este círculo vicioso no es un subproducto o efecto no deseado del
endeudamiento del Estado sino, por el contrario, un objetivo dogmático e
institucional de política financiera fiscal, bajo la fórmula de que no hay
problema en tomar deuda sin capacidad de repago mientras haya recursos
suficientes para poder abonar sólo los intereses anuales y refinanciar así
íntegramente los vencimientos de capital, lo que significa convalidar un
régimen de Deuda Pública perpetua.
Bajo este esquema,
conceptual y fáctico, la deuda – originariamente un recurso extraordinario de
financiamiento público (motivado la mayoría de las veces por gastos de guerra o
sufragio[2]
de catástrofes) – deviene así una fuente de financiamiento regular e
institucional del Estado.
A esto denominamos
Sistema de Deuda Perpetua ya que tomar obligaciones sin demostración alguna de
capacidad de repago y, por el contrario, dando por sobrentendido que tales
compromisos no tendrán amortización efectiva a su vencimiento sino que serán
renovados totalmente – pagando siempre deuda con nueva deuda – supone aceptar
la regla básica de que el Estado se financie con Deuda impagable
Los gobiernos de
turno y los portavoces del establishment soslayan este tema porque es insostenible
desde el punto de vista teórico y tanto o más cuestionable aún desde el ángulo
fáctico dado que la operatoria de endeudamiento perpetuo, además de nociva, es
secreta y trasunta todo tipo de irregularidades que afectan su legitimidad.
Desde el punto de
vista de la teoría financiera la idea de deuda perpetua es un absurdo:
a) Va
contra la lógica más elemental de toda economía individual/familiar, empresaria
y/o estatal (en cualquiera de sus niveles de gobierno) que se viva sosteniendo
permanentemente la actividad económica con deuda: lo que corresponde al viejo y sabio dicho de que no se puede vivir de prestado.
b) La
formulación académica o científica
sólo podría aceptarse si la toma de deuda es realmente necesaria – podríamos
decir indispensable (sobre todo en el
caso de deuda externa) - y si la tasa de rentabilidad del proyecto a financiar
con endeudamiento es mayor que la tasa de interés de los fondos prestados, si
los costos totales de la operación son convenientes (incluyendo comisiones/honorarios,
gastos administrativos, etc.) y si las operaciones no están atadas a
condicionamientos de otro orden (caso de contraprestaciones no financieras sino
de carácter político, como si se tratara de un pago adicional en especie); pero éste no es ni ha sido el caso
argentino.
c) Más
aún, aunque hipotéticamente se cumplieran los requisitos del punto anterior,
las operaciones de endeudamiento individuales, es decir, por tipo de
instrumento de deuda que se contraigan, no podrían ser debidamente evaluadas
sin considerar el gravísimo problema estructural de la deuda impagable
existente dado que aunque los nuevos préstamos cumpliesen la condición de ser
necesarios y convenientes – según los términos del punto b) – las ecuaciones de
liquidez/solvencia no se darían como solución de conjunto, tal como ocurre en
el caso argentino, al tener que coexistir nuevas deudas con obligaciones de
arrastre; esto es, la suma de dos tipos de endeudamiento fiscal.
Este esquema financiero
irracional se agrava más todavía si – como también hoy se está dando en nuestro
país – el gobierno toma deuda en moneda extranjera (la mayoría, proveniente de
organismos financieros internacionales: Banco Mundial, BID-Banco Interamericano
de Desarrollo y CAF-Corporación Andina de Fomento) para financiar obras
públicas y/o de infraestructura que se pagan en pesos (como rutas,
saneamiento/desagües cloacales, viviendas, etc.); e incluso préstamos que se
usan para sostener programas sociales que no sólo se pagan en pesos sino que,
por definición, no tienen capacidad de
repago.
Hasta aquí las
objeciones fundadas a la teoría financiera neo-liberal acerca de la institucionalización
de un Sistema de Deuda Perpetua.
Pero esta
inconsistencia de tipo académico o dogmático se agrava aún más con la matriz de
corrupción que este mecanismo de endeudamiento perpetuo genera, tanto por su
naturaleza como por las mayúsculas irregularidades que se enmascaran a través
de su falta de transparencia:
a) Todos
las administraciones de gobierno restringen el suministro de informaciones
claras y concretas sobre las colocaciones de deuda que realizan, no se informa
quiénes son los compradores de títulos públicos (la deuda, por definición,
tiene carácter anónimo o secreto dado que no se conocen los acreedores del
país), no se informan tampoco los gastos
que acompañan las operaciones de endeudamiento y, como agravante, se practica
un desfase en las comunicaciones oficiales que mantiene siempre actualizadas
con retraso las cifras y los datos de la Deuda Pública.
b) Gran parte de las colocaciones de deuda se
hacen por contratación directa y, las que se licitan – con o sin intermediación
de bancos agente/colocadores – no consta que sean debidamente auditadas, por lo
que la discrecionalidad de las autoridades (ex Ministerio de Economía y hoy
Ministerio de Deuda Pública) es prácticamente total y/o no controlada.
c) Esta
discrecionalidad gubernamental – que no es nueva sino una regla en la cuestión
de la deuda argentina – conlleva el manejo unilateral del Ejecutivo en materia
de endeudamiento y tiende a agravarse actualmente más aún con la jerarquización
de la Secretaría de Finanzas a nivel Ministerio y con las facultades legales
delegadas por el Congreso a través de las leyes de Presupuesto y de leyes
especiales conexas (como el caso de las facultades irrestrictas de la Ley
27.249, que autoriza la toma de deuda para pago a los holdouts).
Ergo, el sistema de
Deuda Perpetua de la Argentina no sólo estaría hoy más fuerte que nunca sino
que los asuntos de gobierno están ahora bajo una administración que gobierna con deuda y que piensa seguir
haciéndolo pese a la absoluta falta de demostración de capacidad de repago de
la misma por parte del Estado.
La inoperancia en
cumplir el supuesto objetivo de reducir el déficit fiscal – un hecho reconocido
incluso por las propias autoridades – hace que, notablemente, un gobierno que
plantea la meta de bajar este déficit en la práctica lo está aumentando[3];
y ese aumento se cubre con más deuda.
No es casual que sea
un funcionariado superior integrado mayoritariamente por ejecutivos
provenientes de empresas y bancos privados, nacionales e internacionales, el
que esté al frente de este tipo de decisiones de endeudamiento en gran escala
del Estado Argentino, pese a que tales funcionarios tienen conflicto de
intereses porque varias de esas instituciones en las que han revistado son
ahora nuevos acreedores privados del país.
Cabe entonces el
interrogante de si la toma sistemática de deuda en gran escala que se está
produciendo bajo la administración Macri – que no presenta la menor muestra de
capacidad de pago (como no sea contrayendo nuevas deudas) - constituye sólo un
instrumento para sostener desesperadamente las cuentas fiscales o si, además,
esta nueva ola de endeudamiento en curso es un fin en sí mismo: una política
destinada a continuar y reforzar aún más el sistema de la Deuda Perpetua bajo
coordinación y dependencia de la banca internacional y local.
Desde un punto de
vista conceptual es notable la constante histórica de contradicción del
establishment neoliberal en la Argentina que implica criticar la intervención
del Estado en la vida económico-financiera mientras, al mismo tiempo, se
propone y consolida el rol del Estado como principal tomador de deuda en el
mercado: un endeudamiento que no sólo resta fondos prestables al sector privado
productivo de la Economía sino que, por el contrario, sostiene y subsidia los
excedentes bancarios internos e internacionales que, de otro modo, amenazarían
quedar ociosos o faltos de rentabilidad.
En este contexto, no es
por casualidad que el sector financiero sea el que ha tenido y siga teniendo
récords de ganancias en medio de un país sumido ahora en la estanflación
(estancamiento con inflación), la caída del consumo por menores ingresos fijos
reales de asalariados y jubilados, la menor actividad industrial por la
recesión económica y el retraso cambiario con altas tasas de interés locales:
algo así como el producto de gobernar
para los bancos a través del sistema
de la Deuda Pública Perpetua.
Lic. Héctor L.
GIULIANO
Buenos Aires, 9.1.2017
Archivo: GIULIANO
ARTICULO 2017 01 09 DP OBJETIVO M
[1] Pese a su discurso
confrontativo, la administración Kirchner también fue parte de este
comportamiento, como lo demuestran las declaraciones del ministro Lavagna y su
secretario de finanzas Nielsen en relación al Megacanje 2005-2010 y el planteo
de la Hoja de Ruta por el nuevo ministro Boudou de 2008; e incluso por los
intentos finales de la administración de Cristina Kirchner, bajo el ministro
Kicillof, de llegar a un acuerdo con los holdouts (2014).
En todos los casos se asumía que los
problemas existentes de impagos debían ser corregidos abonando las deudas atrasadas
con nuevo endeudamiento (o financiación equivalente)* – a tenedores de bonos en
default, Fondo Monetario Internacional, Club de París, reclamantes en el CIADI
y holdouts – para poder volver así a colocar nueva deuda en los mercados de
capital.
Con la aclaración importante de que
cuando decimos financiación equivalente*
nos estamos refiriendo fundamentalmente
a la deuda intra-Estado que, como en el caso del Banco Central (BCRA), implica
una transferencia interna de fondos oficiales para el pago de obligaciones del
Tesoro pero que el Banco repone luego
tomando más deuda propia (LEBAC y Otros Pasivos).
[2] Sufragio en el sentido de
ayuda, favor o socorro.
[3] El Presupuesto 2016 – Ley
27.198 – preveía ya un aumento de la deuda pública de 23.400 MD (nueva deuda en
pesos y/o en dólares), producto de refinanciar la totalidad de los vencimientos
de Capital (68.000 MD) contra toma total de nuevo endeudamiento por 91.400 MD.
A esto hay que sumarle los 12.500 MD de
la Ley 27.249, que autoriza la emisión de nueva deuda para pagar los arreglos
de la deuda con los holdouts, que no estaba computada como deuda en firme.
Y a esto hay que agregarle la deuda
adicional para cubrir el déficit fiscal del ejercicio, que excedería en unos
10-15.000 MD las previsiones originales.
Las transferencias de la ANSES y del BCRA, y parte del blanqueo
de capitales registrado durante el año que acaba de finalizar pudieran atenuar
en parte esta última cifra.
Para el presupuesto de este año 2017 – Ley 27.341 –
se proyecta un endeudamiento adicional de 38.200 MD – producto de endeudamiento
público por 96.400 MD contra amortizaciones por vencimientos durante el
ejercicio de 58.200 MD – sin que pueda asegurarse
si el déficit previsto (de unos 480.800
M$, equivalentes a 27.000 MD) puede sufrir modificaciones dado los
mayores gastos por el año electoral, la llamada reparación histórica a los jubilados, los menores ingresos
tributarios por Impuesto a las Ganancias y los
crecientes compromisos con las provincias (empezando con el sostenimiento
de la provincia de Buenos Aires).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
DEJENOS SU COMENTARIO, ¡ALABADO SEA JESUCRISTO!