
Una prueba contundente de que el modernismo estaba vivito y coleando fue su capacidad para instrumentar la fatal convocatoria del Concilio Vaticano II y para manejar al Papa Roncalli, que de santo tenía poco y nada. Capacidad evidenciada en la nefasta reforma litúrgica de Paulo VI- también próximo “santo”- que suprimió el venerable rito tridentino. (¡Gracias, muchas gracias, monseñor Marcel Lefebvre, por tu gloriosa y fecunda resistencia!)
Los frutos de ese Concilio antropocéntrico -sigo devotamente al inolvidable monseñor Brunero Gherardini- están a la vista: la apostasía a gran escala de obispos y sacerdotes. (¿Cuántos habrá que no la manifestaron todavía?).
Por otra parte, era verdad de Perogrullo que el relajamiento doctrinal, implícito o explícito en el Vaticano II, conduciría inexorablemente al relajamiento moral.

Cuando San Pedro y los tripulantes de su barca estaban aterrorizados por la tempestad, Nuestro Señor dormía, pero apenas se despertó dominó a los vientos.
Habrá que esperar con paciencia a que se despierte de nuevo. No desesperemos y sigamos luchando si dar ni pedir cuartel. Mientras tanto, sigamos contemplando estupefactos la implosión del bergogliato.
Notas catapúlticas
1)Es lamentable que las obras de monseñor Gherardini no tengan edición castellana. De todos modos, no es tan difícil de leer y traducir el italiano. Y lo mismo digo de la documentadísima historia del Vaticano II, escrita por Roberto de Mattei. Reproche que le hago a los amigos católicos “conservadores”, porque parecerían no estar muy interesados en ir al fondo de las cosas.
2)La designación y permanencia del sodomita Maccarone como profesor emérito de la Universidad Católica Argentino, no se explica sin la protección de Bergoglio.
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