miércoles, 29 de enero de 2020

RESPUESTA A LA NOTA DE LA NACION


ECONOMIA CATOLICA
Profundamente consternado por el contenido de un artículo publicado en ese prestigioso diario, me llevó al leer el título "No existe una economía católica derivada del Evangelio" y como viejo zorro de las cuchillas de Montiel, me fui al final donde aparece el Instituto Acton, y ¡ahí comprendí tamaña perfidia!
La economía, como lo anhelan muchos, no constituye un fragmento aislado, dentro de las acciones de los hombres, por el contrario ese principio de unicidad, propio de la filosofía católica, también es aplicable en este contexto.
La economía es una de las tantas actividades que tienen que ver con el hacer, pero subordinadas al ser para alcanzar el fin último que es la salvación.  
Si ponemos la pobreza como objetivo esencial en el devenir económico,  y la misma se soluciona con la solidaridad, transformamos esta actividad natural en un yerro disimulado.
¡Pero ese no es el derrotero seguido por los precursores de la Economía Católica!
Este encasillamiento pérfido de la Economía Católica esconde en su maraña algo que duele y provoca escozor en el liberalismo y en todos aquellos ámbitos de la Iglesia que han salido - imbuidos de su progresismo - en defensa directa y camuflada del Nuevo Orden mundial.
Laudito Si es un claro ejemplo de este proceder equívoco, como el Sínodo de la Amazonia, la defensa de la madre tierra y tantos otros que ponen en jaque verdades inmutables y eternas.
Por ello, en este artículo ambiguo se quiere reducir a lo que llama “Economía Católica” a una tercera vía, favoreciendo una pronta conclusión de que solo existen dos vías originales: capitalismo y marxismo.
Es totalmente malintencionado aducir que  el desafío de la Economía Católica es la pobreza y su solución la solidaridad.
El error es fatal y grosero. Hacer ese juego semántico haciendo responsable a la Economía Católica de que para eliminar la pobreza, utiliza la "solidaridad" sacándole a los que más tienen para darle a los más pobres y lograr la Justicia Social, no es más que un descrédito injusto y erróneo de la Economía Católica.
Lo que sucede es que en el Instituto Acton - al cuál he seguido durante muchos años - en el funcionamiento de su "venerado mercado" se rigen por "la ley de la oferta y la demanda" donde la "mano invisible" de Adam Smith tiene un valor vital.
"Mano invisible", "ventajas comparativas" y tantos otros dislates, constituyen la sangre vital del mercado.
Pero se olvidan de una ley que es esencial, anterior y subordinante de la ley de la oferta y la demanda.
La misma es propia de la economía natural y de la Economía Católica.
Es la ley de la "reciprocidad en los cambios".
Si esta ley se aplica, el mercado es regulado adecuadamente y la solidaridad - enunciado de esta forma por el sacerdote - no es imprescindible ni necesaria.
La "ley de la reciprocidad en los cambios" es anterior a la "ley de la oferta y la demanda" y procura lograr un equilibrio entre todos los demandantes para que puedan acceder a los bienes imprescindibles para la vida.
Los liberales, aunque camuflados, rehúyen aviesamente de esta ley - natural y católica - pues se opone a sus espurios interesases, pues la misma evita la concentración de las actividades económicas en pocas manos.
Una de las causas primarias de la pobreza es precisamente la aplicación sagrada de la "ley de la oferta y la demanda", la que al aplicarse solitariamente deviene irremediablemente en disparidad pronunciada entre oferentes y demandantes, y al final del camino, la oferta se concentra en pocas y grandes empresas - genera lamente extranjeras -que manejan los precios a su antojo.    
Esa visión de la economía que realiza el sacerdote es propia del populismo y no de la Economía Católica.
Lord Acton fue un constante crítico del nacionalismo y por ende de las soberanías nacionales y de la Economía Católica.
Ahora existe una tendencia generalizada a vincular erróneamente el populismo con el nacionalismo y la defensa de la soberanía nacional.
La Economía Católica ha sido expuesta por eminencias como Meinvielle, Palumbo, Liciciardo y tanto otros, defenderla es la obligación de todo católico que transita por el sendero de la Verdad y el Bien.     
                                                                                                              Roberto E. Franco
                                                                                                                                               Profesor de Economía

MI DESEO, AUNQUE LO DUDO ES QUE LA NACION PUBLIQUE ESTA RESPUESTA

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