Retomo el tema del ser y el tener,
motivado por afirmaciones del Papa Francisco que merecen ser analizadas no en sí mismas, sino en la
totalidad de su magisterio.
Un hecho aislado podría pasar
desapercibido, pero va unido a un
sinnúmero de hechos contrarios a los principios de la Tradición, y es
indispensable sacarlos a la luz.
La objeción parte de un principio esencial:
¿Lo que no se cambió durante 2000 años
se puede cambiar sin argumentos legítimos?
En su catequesis sobre la oración Francisco
ha sostenido “Algunos maestros de
espiritualidad del pasado han entendido la contemplación como opuesta a la
acción, y han exaltado esas vocaciones que huyen del mundo y de sus problemas
para dedicarse completamente a la oración”.
Esta afirmación es temeraria pues
es evidente que a los fines de la filiación del hombre hacia Dios son
esenciales aquellos que dedican con exclusividad su vida a la oración pidiendo
por todas las desviaciones que cometemos a diario los hombres.
Por supuesto, sus amigos de ruta, Joe Biden, Klaus Schwab y otros hacen
gala de un activismo protervo.
El acceso a la cultura le ha permitido al hombre crecer en el plano
espiritual, pero le ha dado un afán notable por las cosas cotidianas.
Todos estos descubrimientos permanentes y el acceso a tantas veleidades han
convencido al hombre de que “Dios ha muerto”.
Ese hombre otrora absorto en la contemplación de la cuál se derivaba toda
su acción, se vuelve el hombre del hacer, luego económico y luego consumista.
Ese activismo creciente lleva a un grado de estallido que se vuelve
irracional.
Ese activismo deriva en el cambio, que
lleva al hombre – movido por fuerzas “exteriores” – a adaptar todo a las nuevas
tecnologías y todo aquello que antes era normal ahora es anticuado, cavernícola
y obsoleto.
El fin del cambio es el exitismo y el
triunfalismo. El hombre masa se convence que ese es el camino y como dice
Alexis de Tocqueville “en la democracia los simples ciudadanos ven a un hombre
salir de sus filas y alcanzar en pocos años riquezas y poder, suscita en ellos
sorpresa y envidia, y tratan de averiguar como el que ayer era su igual hoy es
revestido del derecho de mandarlos”.
Es temeroso e inicuo expresar esta
confusa relación de la acción y la contemplación.
Como lo había fundado anteriormente,
ambas se complementan pero todo parte del inexcusable principio de que la acción
se subordina a la contemplación, sino caemos – entre otros - en el capitalismo,
al cual por otro lado, Francisco agravia sin tapujos, pese a que sus amigos son
los poderosos de ese monstruo.
La
contemplación atenta de las grandes verdades, especialmente la que nos hace
captar el valor de cada persona, de alguna manera precede pero también acompaña
a la acción. Por otro lado, para poder reflexionar y contemplar, necesitamos
tener resueltas las necesidades de la vida, a las que se dedica la vida activa y
tender de forma ordenada al bien. Ambas, pues, en nuestro estado actual, son
requisito para alcanzar la felicidad, aunque sea imperfecta.
En
cierta ocasión Santo Tomás le preguntó a San Buenaventura que de donde sacaba
la sabiduría que expresaba y San Buenaventura lo llevó a su celda austera donde
había un crucifijo y un reclinatorio y le dijo: de la contemplación de la cruz
de Cristo es de donde saco todo lo que predico.
¡Qué
lejos estamos de formidable afirmación!
La
seducción, el servicio a los poderes ocultos, la adecuación a los tiempos
modernos, parecen que imperan en la Iglesia, incitando a ser indiferentes con aquellos que buscan la
Verdad.
Roberto E. Franco
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