Esta palabra tan
simple y con tanta significación – ARTESANO - en la vida del hombre común, ha
tenido trascendencia muy diversa a través del desarrollo de la historia de la
humanidad.
Muchos avatares se han sucedido a través de los siglos, muchas
circunstancias han motivado, en su siempre silenciosa vida, para que este
trabajador haya avanzado frecuentemente por un camino de frustración,
desilusión y de infortunio.
Sería demasiado extenso, aunque sí muy interesante avanzar sobre esta
historia plagada de miserias.
Pero nos circunscribiremos al desarrollo de los últimos siglos, a
descubrir las causas que han llevado a esta proletización casi absoluta de la
humanidad.
Si no hace mucho tiempo definíamos como el símbolo del trabajo humano
a aquel que lleva a cabo el artesano, porque en la obra realizada el hombre
deja su huella, su sello.
Juani, fabricando escobas lleva muchos años; ha sido su pasión, su
vocación, la impronta que marcó su derrotero, pero también ha sido su medio de
vida.
El artesano es ese personaje que se niega a renunciar a su vocación,
así las “leyes del mercado”, reguladas al antojo y en beneficio de unos pocos,
le digan que debe cambiar, que su producto ya no tiene más aceptación del
mercado, o lo que es peor, que su obra ha sido superada por esa maravillosa
máquina creada por la tecnología.
Qué paradoja del destino, la escoba se usa igual o más que antes. Hay
más habitantes, muchas más calles asfaltadas para limpiar a diario, etc.
Entonces: ¿por qué su actividad tan simple y natural sufre las consecuencias
del demérito material?
¿Por qué sucede que este bien de un valor agregado humano incalculable
pierde día a día valía frente a otros productos realizados por la máquina?
Por los comienzos de los años 80 Juani llevaba la primera escoba que
producía al almacén de la esquina.
La transacción de trueque era posible, porque todavía el almacén no
había sucumbido ante la presencia de grandes conglomerados multinacionales que
lo que hacen mejor es llevarse las magras reservas de los bolsillos flacos.
En esa operación de trueque, diariamente le entregaban un aperitivo,
dos limones y un sifón de soda para la picada del mediodía.
Si nos transportamos a estos tiempos, cuarenta años después, en los
cuáles el progreso nos ha cubierto casi por completo con su manto de bienes y
productos insólitos, de servicios deslumbrantes, de intelectuales preocupados
para que el trabajador se ajuste, cada vez más a un esquema rígido (de
esclavitud o servidumbre, como se deduce de tantas normas de control de la
calidad, contrarias a la naturaleza del hombre), observamos que este producto
inalterable, de valía ante el duro esfuerzo al que es sometido, cada día vale
menos.
Ya no va más Juani al almacén de la esquina, ni al de la otra esquina,
ni al de la otra. Ya no están, se esfumaron como por arte de magia. Fueron
fagocitados por estos nuevos monstruos en los cuales todo lo resuelves rápido y
en silencio. Ya no es necesario perder el tiempo conversando sobre tal o cual
cosa. Esto es pasado, el tiempo es oro, no se lo puede dilapidar dialogando
sobre cosas de la vida.
Hay que hacer, y hacer, no dejar nunca de hacer, y cuando se deja de
hacer, solo queda el menguado tiempo para comer y dormir, así después tener las
fuerzas suficientes para volver a hacer y hacer.
Pareciera que nos fuimos del problema que aqueja a nuestro artesano,
pero no es tan así.
Hoy, aunque tuviese el almacén de la esquina, ya no podría darse el
gusto de disfrutar de su aperitivo diario.
¿Por qué?
Porque la escoba vale menos y el frugal aperitivo ya vale mucho más.
Para los cultores de la globalización, esta caída en las relaciones de
intercambio que afecta a nuestro artesano, hace irracional su accionar
desarrollado con pasión; su práctica es nefasta por la pérdida de tiempo que
ocasiona.
Pero la filosofía de este artesano no es la de usar el tiempo para
hacer y hacer. Todo lo contrario, gozar del tiempo utilizado, desarrollando la
tarea que le reconforta el alma.
Si ya no puede tomar el aperitivo, también es cierto que cada día le
resulta más difícil vivir decorosamente con el camino de vida elegido
libremente.
Pero eso no interesa, no importa para nada.
La vocación no se negocia, el goce de la vida espiritual tampoco.
Y todavía, pese a todo se puede seguir dando el lujo, desarrollando
ese valor en extinción de seguir ayudando al prójimo.
Todas las mañanas, se preparan para salir y recorrer los barrios
ofreciendo una simple escoba para sobrevivir, muchos seres humanos que con
dignidad se perpetúan tirando de un simple carrito construido de tablas y
apoyado en ruedas de goma. Salen con la
ilusión intacta de poder vender ese simple producto que lleva en su interior el
alma de quién lo elabora y en su imagen la ansiedad de quien lo ofrece.
En tiempos de tan poco provecho dinerario, y en este devenir diario,
entre ambos, el que trabaja con denuedo y el que vende con maestría innata y
peculiar tan digno producto, se reparten las pérdidas de la actividad económica
que llevan a cabo, pero comparten también el goce de disfrutar la vida.
Artesano, fabricante de escobas, quiera Dios que nunca te agobies y
desfallezcas con tus pesares permanentes del desequilibrio material de tu obra,
porque al final de cuentas, aunque parezca insalubre y nocivo, lo que queda, lo
que cuenta, lo que dignifica, es el goce de obrar libremente.
Roberto E.Franco
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