El hombre moderno
atesora diamantes en esfuerzos denodados por poseerlo todo. Desde muy joven se
empecina en hacer crecer su granero en forma interminable.
Hasta no hace
muchos años había diferencias sustanciales. La globalización aún no había hecho
mella con su maldita huella de destrucción.
Pero, esos
diamantes almacenados en años de inquietud, desenfreno y avaricia se van
empalideciendo, aún, a los ojos de su
lujurioso dueño.
Muchos sucesos
acaecidos acreditan este proceder. Los faros que desde el púlpito, desde la
cátedra o desde el ejemplo de una vida anhelante de la verdad, iluminaban el
mundo, languidecieron para apagarse luego, ante el avance arrollador de la
modernidad.
Los laicos
también, apoltronados en la comodidad, o lo que es mucho peor, en “el no te metas”, o en el adecuar la fe a
nuestra conveniencia e intereses, no hemos acompañado y sostenido a la
jerarquía en su propagación de la doctrina.
Muchas
expresiones y alianzas aparatosas disimulan y adulteran ideas que
originariamente, tienen un contenido insuperable.
Comenzaremos
por lo primordial. El diálogo tiene una trascendencia inimaginable para el
hombre. La conversación nos enriquece pues algo de la misma nos transforma, nos
ofrece nuevas ideas. Pero para que sea fructífera es imprescindible saber
escuchar.
Como afirma
Carlos Lasa "esa virtud, que parece estar
desapareciendo, muchas veces es reemplazada por una actitud concentrada sólo en
aquello que quiere, piensa y siente. Aquel que siempre se escucha a sí mismo se
halla incapacitado para acceder al otro, solo atiende a sus propios intereses e
impulsos."
La conversación tiene como componente
excluyente la gratuidad, y por ende los que participan lo hacen con un espíritu
totalmente desinteresado.
Muy distinta
es la traza que adquiere la negociación
donde ya no priva la gratuidad sino el interés.
Las personas
que negocian ven esfumadas sus propias personalidades y solo se perciben los
intereses económicos o partidarios que representan.
La negociación no es diálogo, pues no existe en la misma, la comunión que caracteriza a
los que dialogan. En la defensa tesonera del interés que representa pone en
evidencia el rastro cardinal de la modernidad: el individualismo.
Siguiendo con
Lasa quien negocia, dominado por las
exigencias de sus intereses, no tiene consideración para con el otro (siempre
lo ve como a un enemigo al que tiene que sacarle ventajas), y menos aún para
con el bien común de la Nación. Su
“parte”, su pequeña isla representa al todo. Este tipo de persona es incapaz de
remontarse a una visión universal, única perspectiva capaz de hacer justicia
con sus semejantes.
El negocio del
cuál proviene la comunicación destruye el diálogo entre los hombres privando
siempre la locuacidad, el descaro y el arte de la seducción.
Para que el
diálogo fluya espontáneamente es forzosa la primacía del ocio en la vida del
hombre.
Lasa define el ocio como un estado del alma que se manifiesta
en una “forma de callar”, en un “no anticiparnos a nada” con nuestro hacer para
que podamos percibir la realidad tal
cual es. Así como solo puede oír el que calla, así solo también puede
percibir lo real el que no se anticipa a la postración de las cosas, y las deja
ser aquello que son.
En el sentido
que lo expresamos el ocio representa la ausencia de trabajo, y si se quiere la
reticencia al esfuerzo.
Muy distinta
es la pereza de la cuál Pieper advierte "la
falta de ocio, la incapacidad para el ocio, está en estrecha relación con la
pereza; de la pereza es de donde procede el desasosiego y la actividad
incansable del trabajar por el trabajo mismo."
Por la
definición de ocio que expusimos, podemos deducir que nos permite ver (la teoría) tal cuál es, criterio
esencial para alejar la distorsión o falsificación del ver a causa de la
tiranía del querer.
Todo lo
expresado tiene mucho que ver con el significado de la verdad.
¡Sí, la Verdad !, no tu verdad, ni mi verdad.
De esta última
expresión podemos decidir que el mal concreto de loa modernidad radica en el
abandono del ocio.
El ocio es el
que permite al hombre la visión de todo lo real, y en consecuencia es aquello
que le permite al hombre ser libre.
Lasa sostiene
que sólo aquél que es capaz de ver el
todo de la existencia se puede sustraer de cualquier mecanismo que pretenda
“disciplinarlo” en una dirección determinada. En este sentido, es menester caer
en la cuenta de la amenaza que representan aquellas empresas que, movidas por
“caridad”, se disponen a financiar a la Universidad. Dicha
caridad, claro está, sólo será ejercida si la Universidad se ordena
totalmente al cumplimiento, no de sus fines, sino de los de las empresas, esto
es, la producción y el consumo. Esta lógica no sólo amenaza con aniquilar la
esencia de la Universidad
y de la escuela sino que, con ello, desaparece la posibilidad de que el hombre
viva libremente.
Es menester
recordar lo que permanentemente conceptuamos sobre el ascendiente que ejerce la
responsabilidad social empresaria en estos tiempos.
Al darle tanta
importancia a la acción en detrimento del ocio surge la fragmentación. Todo lo
investigamos en razón de la fracción que nos interesa, lo demás escapa
definitivamente a nuestro razonamiento.
El diálogo es
esencial para destrozar esta impronta fragmentaria de la modernidad.
Por todo ello,
para que exista el diálogo es menester que los que dialogan tengan logos.
El logos es el
principio que dispone el discurso sobre la realidad. Por ello, para que haya
diálogo es menester que quienes se comunican posean el logos indispensable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
DEJENOS SU COMENTARIO, ¡ALABADO SEA JESUCRISTO!