
Por INFOVATICANA | 24 diciembre, 2019
Hoy celebramos el acontecimiento más importante de la Historia de la Humanidad, la encarnación de Dios, que se hizo hombre por nosotros, que se anonadó por amor a nosotros. Un Dios que nos busca insistentemente, aunque ni siquiera esté en nuestra voluntad acogerle o aceptarle, aunque supiera que millones de personas iban a darle la espalda, sólo por nos quiere y desea que le sigamos.
Sin embargo, el ruido de esta noche, con la cena, la familia, regalos y demás, hacen muy difícil la contemplación del misterio que hoy celebramos. Te confieso que para mí es casi imposible.
Por eso, esta noche, en algún momento, ya sea cuando nuestros familiares se hayan ido o en el momento en que lleguemos a casa, o quizá antes, mientras esperamos con ilusión a que lleguen nuestros familiares o amigos, tengamos un tiempo para contemplar el acontecimiento.
En silencio, sin ruido, dejemos nuestras preocupaciones, nuestras miserias y anhelos más profundos -quizá nuestra falta de Fe- en el pesebre y, simplemente, observemos la escena.
Y en la quietud de la noche, en ese momento, admiremos el hecho de que Dios se ha fijado en nosotros, nos ama más que nadie y quiere lo mejor para nosotros.
Como ves, no es mucho, tan sólo unos minutos, pero ese es el humilde consejo que nos atrevemos a ofreceros hoy.
Desde InfoVaticana os deseamos una feliz y santa Navidad.
Lectura del santo Evangelio según San Juan 1, 1-18
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo:
—Este es de quien dije: «el que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
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