
 | 28 enero, 2020
En lo que a toro pasado ha calificado de “desahogo”, el presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Gualterio Bassetti, ha declarado que a quien no le guste el Papa, que mejor abandone la Iglesia de Cristo.
“Si a alguien no le gusta este Papa, es libre de elegir otros caminos. La crítica está bien, pero esta destructividad no”, ha declarado Bassetti ante la prensa en su diócesis de Perugia. “Hay demasiadas personas, que hablan del Papa y hay alguien a quien le dije que se haga evangélico, si no le gusta la Iglesia Católica, si este barco es demasiado estrecho”.
En cualquier católico serían palabras extraordinariamente graves e irresponsables; en un obispo y cardenal, cabeza, además, de los obispos italianos, es escandaloso. Sin embargo, revela dos tendencias que se insinúan cada vez más en nuestra iglesia y que tienden a desnaturalizarla por completo.
En primer lugar, cierta tendencia a la papolatría desatada. La Iglesia no es de Francisco, como no lo era de Benedicto o de Juan Pablo; es de Cristo. El verbo que usa Bassetti es ‘gustar’ (o, mejor, no gustar, ‘dispiacere’). Incluso si hubiera hablado de ‘desobedecer’ al Papa, él más que muchos debería saber que quien tal hiciera peca, pero no queda fuera de la Iglesia, algo que solo puede hacer mediante la apostasía o la herejía formal.
Pero es que ni siquiera ha hablado de desobedecer, sino de “no gustar”. ¿Le tiene que gustar el Papa a los católicos? ¿Deben abandonar la única vía de salvación aquellos a los que no les guste el Papa? Advierto a Su Eminencia que, de seguir su consejo, un nutrido contingente de teólogos la hubiera abandonado en tropel con los predecesores de Francisco. Si Bassetti hubiera vivido en el pontificado de Juan XII, ¿le hubiera tenido que gustar el Papa? Con Urbano VI, ¿hubiera apostatado, o hubiera aprendido a apreciar su sadismo?
Los Papas vienen y van. Llevamos ya unos cuantos, y no todos buenos, no todos ‘gustables’. Es Cristo quien guía la barca, es Cristo a quien seguimos, no a Francisco, su vicario.
La segunda tendencia, casi más preocupante, es la de presentar la fe -la Fe- como una especie de opinión compartida que te puede ‘ir’ más o menos, que puede o no ser “tu camino”, una deplorable deriva de una sociedad en la que la elección personal y el capricho privado es el único criterio y donde la gente curiosea en el mercado de las cosmovisiones para ver cuál se ajusta mejor a su personalidad.
Un obispo, incluso un fiel católico, no puede aconsejar a nadie que se haga luterano o cualquier otra cosa, a ver si va más con su carácter. Nadie en su sano juicio pertenece a la Iglesia católica porque le parezca especialmente adecuada a sus gustos o su manera de ser, sino porque está convencido de que es la Iglesia de Cristo, la portadora de una verdad eterna, ante la cual las Puertas del Infierno no prevalecerán.
 
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