
Estamos viviendo momentos en los que nos es complicado explicar con un acierta lógica lo que estamos viviendo dentro de los muros del Vaticano. Vivimos el fin de un periodo en el que las instituciones que han articulado la existencia del Estado Pontificio han estrado en una crisis que parece sin retorno y vemos como se intenta mantener un pasado que ya está sobrepasado por la historia. Todos somos hijos de nuestro tiempo y nos cuenta cambiar, los procesos históricos vienen ‘impuestos’ por los acontecimientos y no son el resultado de convicciones de reforma.
El hecho trascendental que vivimos es que el Estado Pontificio, lo que queda de él, hoy encarnado en el Estado Ciudad del Vaticano, ese estado ‘sui generis’, se ha convertido en una pesadilla. Se pretende aparentar una estructura de estado con sus instituciones fundamentales, todo es ‘sui generis’ y nunca nos explica en que cosiste ni el ‘sui’ ni el ‘generis’. Se reeditan códigos de siglo XIX y nos los quieren vender como actualizados y modernizados cuando simplemente son recuerdos arqueológicos. La forma, la propia existencia, en el siglo XXI de un estado sin jueces con una cierta independencia, con ejecutores de órdenes de un monarca absoluto son incompresibles para los ciudadanos de estos tiempos por mucho que los pretendamos vestir de lenguajes actuales.
Las noticias de hoy nos señalan personajes que han formado parte, y la siguen formando, del complicado entramado de intereses del Vaticano y que siguen apareciendo envueltos en procesos de la delincuencia romana. En la sociedad italiana, el Vaticano es un actor más civil que eclesiástico, un poder temporal que como tal se ejerce, como tal usa sus mecanismos y costumbres. La iglesia, como realidad religiosa, no termina de despegar de este enrevesado entramado que la arrastra a buscar complicados compañeros de viaje para mantenerse en el candelero de intereses del siglo.
Querer sumarse a los aires de la historia para estar en medio del mundo solo hacen entrar en la caducidad de las modas. El mensaje eterno del evangelio se desdibuja y, en muchos casos desaparece, envuelto por una confusión que cubre intereses inconfesables.
El tiempo actual nos esta enseñando que muchas cosas desaparecerán, y bueno es que suceda porque son un estorbo para lo fundamental. El mensaje evangélico, la revelación divina, no puede ser un instrumento político que cambia con los tiempos. Si la iglesia es un mero actor social que se mueve con los tiempos se ha vuelto sosa, ya no sirve y lo que desaparece no es la iglesia sino una apariencia de iglesia que tiene muy poco de divina.
Hoy no tenemos temas nuevos y seguimos con los de siempre, personajes implicados en Vatileaks que retornan a los medios perseguidos por la cadena de escándalos que los acompañan. La historia del sacerdote de Búfalo, en Estados Unidos, que cuando tenía que denunciar aparece muerto en extrañas circunstancias nunca aclaradas. Un documento que pretende resolver, sin resolver nada, el tema de la intercomunión que tanto preocupa en el camino sinodal alemán. El Vaticano que recomienda a los obispos usar más los medios para informar. Todas la dudas y preguntas sin respuesta en torno al caso Becciu y la relación del fallecido juez del Vaticano en el caso del atentado a Juan Pablo II.
Ya estamos en el segundo domingo de Adviento y tenemos delante una de las Navidades más extrañas de nuestras vidas. El mandato evangélico es muy claro, el texto que leemos hoy no tiene confusión: «Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».
«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos…»
Buena lectura.
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