
Hace unos días el arzobispo de Newark, Joseph Tobin, el protegido de Theodore McCarrick elevado al cardenalato por Francisco, nos enseñaba en un seminario online que el arma secreta del Papa para actualizar la Iglesia se llama sinodalidad.
Pero lo que estamos viendo es que la sinodalidad es como el diálogo o la escucha atenta, es decir, que solo vale en una dirección, siempre la misma.
En Alemania han escenificado la revuelta contra Roma, bastante deslucida, es cierto, pero ahí queda. Aunque la bendición de las parejas homosexuales, pese a la gravedad que supone que un sacerdote católico bendiga el pecado, es menos grave, como nos advertía Specola, que la intercomunión oficialmente promovida por el jefe del episcopado alemán, Georg Bätzing, que es la promoción oficial del sacrilegio al invitar a comulgar a personas, los luteranos, que no pueden creer en la Presencia Real y seguir en su denominación religiosa.
Pero, qué quieren, así es la sinodalidad, que florezcan cien flores, y el Vaticano, por el momento, calla y mira hacia otra parte. Y lo significativo es la parte hacia la que mira: Estados Unidos.
Porque a Ladaria le ha faltado tiempo para escribir a los obispos norteamericanos, que preparan una respuesta a la cuestión de la comunión impartida a políticos activa y abiertamente abortistas; no que sean personalmente partidarios del aborto, atención, sino que legislan agresivamente para popularizar la masacre de los no nacidos.
Y la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo que fuera el Santo Oficio en tiempos, ha salido para advertirles que no se precipiten, que aquí la sinodalidad es cuestionable porque, como podría decir la delegada del Gobierno en Madrid, no hay que confundir libertad con libertinaje.
Es decir, que para una vez que la Conferencia Episcopal de Estados Unidos aparca momentáneamente sus manejos políticos y se ocupa de lo que realmente le concierne, lo que en conciencia no puede dejar de hacer, que es recordar la verdad perenne de que quien colabora con el aborto está en pecado mortal y no se puede comulgar en pecado mortal ni se puede dar sin grave escándalo y confusión la comunión al pecador público no arrepentido, llega Doctrina de la Fe para decir que despacito ahí, que se lo piensen.
Y es que Biden y los suyos son de los buenos, es decir, de los que el Vaticano ha favorecido de forma poco disimulada en su duelo electoral con Donald Trump, mientras que a los alemanes es mejor no enfadarles mucho porque son una iglesia riquísima y la Santa Sede está a la cuarta pregunta, por no hablar de que han sido los principales ‘cheerleaders’ de la ‘renovación’ en curso.
Dice Ladaria que cuando los obispos escriben que el aborto es una cuestión social moralmente ‘preeminente’ en la lucha cultural, pueden dar la impresión de que es la única, y eso no. Es muy amable Ladaria indicando que los norteamericanos no conocen el significado de la palabra ‘preeminente’, pero no creo que sea difícil despejar las dudas a ese respecto acudiendo a un diccionario.
‘Sinodalidad’, en cambio y según vamos viendo, sí es una palabra ambigua, con un significado tan flexible e íntimamente contradictorio que acabaremos coincidiendo con Tobin al concluir que es, en efecto, una mera herramienta para cambiar las cosas en el sentido apetecido.

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