martes, 13 de diciembre de 2011

La Ganancia: Motivo de Desencuentro entre los Hombres IV

En tres números anteriores hemos irrumpido en determinar que el problema que se centraliza en la ganancia, no corresponde radicalizarlo allí. Decíamos que la contrariedad se ubica mucho antes, en el proceso productivo propiamente dicho, y específicamente en la distribución del producto bruto interno alcanzado por una comunidad. 
Hay tres cuestiones que focalizan el desorden propio del sistema capitalista que concreta una sociedad plasmada de desigualdades. La producción caracterizada por un caos inigualable, el desnivel injustificado de los precios  y el incremento desenfrenado de las ganancias de los empresarios de enjundia.
No se puede medir la inflación con los parámetros usados hasta ahora, pues inciden aviesamente en la determinación de los precios las empresas multinacionales que asolan hasta las comunidades más pequeñas con productos extemporáneos que se imponen sobre los nacionales a precios insultantes al orden económico natural 
El capitalismo ha hecho suya una interpretación determinada de algunos sucesos fundamentales a la hora de establecer las causas de los padecimientos de gran parte de la humanidad.   
El maquinismo ha sido utilizado como una herramienta prioritaria en los procesos productivos a fin de minimizar costos – en su utilización alternativa contra el hombre – derivando en un alud de consecuencias que se observan a diario.
El proletariado es una clase social emergente de esos tiempos, que profundiza con el tiempo en su desencanto, su exclusión y su búsqueda combativa de tanta discriminación social.
La concurrencia internacional es otra falacia inventada a fin de someter a los pueblos y de ir eliminando paulatinamente todo atisbo de nacionalismo y la existencia de los estados nacionales. Estandarizando los procesos productivos con la incorporación de las mentadas normas de calidad se allana el camino para la concentración definitiva de la producción en los grandes engendros multinacionales. 
El sistema vigente ha logrado someter a las multitudes – siempre hay que esperar el derrame de la productividad – y el reparto de lo producido se torna bochornoso.
Pero además, ha sabido incursionar en la etapa final de la vida económica: el consumo.      
La demanda se expande con un sonido atronador. Los mercados se multiplican, los bienes superfluos se tornan infinitos, y hasta aquel que es sometido a la pobreza extrema, tiene su frondoso cúmulo de tarjetas para ser partícipe del mercado. Pero es solo eso, una vez saciados sus deseos impuestos compulsivamente se debate nuevamente en las tinieblas del subconsumo, hasta que otra ola de créditos superfluos – al llegar el nuevo mes – le permite reiniciar este círculo vicioso de falsos bienestares y de placeres efímeros. Al final de cuentas lo único concreto que le queda son las infinitas e impagables deudas.   
El derecho al derroche  no es para ellos, es para una clase privilegiada que sabe disfrutar de la dictatorial uniformidad del mercado, que proscribe la diversidad productiva y que conlleva implícito el alumbramiento de seres humanos uniformes, ansiosos, angustiados y que se identifican por el ansia infinito de consumir.  
Cuanto más se pertenece al mercado por tener los medios suficientes, más existe la posibilidad de acceder a mágicas mercaderías que le permiten morigerar y hasta hacer desaparecer la soledad y el individualismo impregnados hasta los huesos. La compañera eterna o el compañero fiel, la preocupación obcecada por los hijos se desvanecen y se vuelven improcedentes ante tanto producto que te eleva a un mundo sin referencias, donde desaparecen las frustraciones y se multiplican las fantasías.
Nuevos fetiches aparecen y desaparecen como por arte de magia, arrastrando tras de sí un derroche inusitado de ingresos que se distraen en estas veleidades, provocando el menosprecio de sucesos esenciales que hacen al apropiado transcurrir de la vida.
Pero todo es efímero, como aparecen se esfuman tantas quimeras fugaces.
El tiempo transcurre indefectiblemente dejando a su paso un vacío insoluble. 
  
Si el principio, el recorrido y el fin de la economía es el hombre – ninguna ideología se opone a esta aseveración – debemos ser coherentes y sostener con firmeza cuál es el ámbito adecuado para establecer lo que le corresponde a cada ser humano, no sólo por su condición de empresario o trabajador, sino fundamentalmente por su condición de hombre. De ser humano único e irrepetible creado por Dios que tiene los mismos derechos a subsistir y a vivir dignamente como aquel que dedica su vida concretamente a la actividad económica.
En este sistema capitalista, no quedan dudas que de los que se dedican a la producción de bienes y servicios, son muy pocos los que pueden edificar su vida con su producido. Ellos son los que llevan a cabo una actividad creativa, artesanal, dejando impreso en la obra su propio fundamento de vida.
Los otros los sometidos a los procesos productivos de gran magnitud padecen las consecuencias de las exigencias del sistema, unos abandonando todo en pos de la gloria eterna de la empresa y los otros en pos del último artefacto construido, el que mantiene vivo su sometimiento.
Por ello, reiteramos, la investigación sobre el origen el destino de las ganancias empresarias es un tema que hace no solo al buen vivir comunitario, sino sobre todo a la consolidación de los estratos esenciales de la comunidad como la familia.
Producir lleva implícito distribuir y todo ello para consumir.
No existe producción digna si no es el trabajo el fin de los desvelos empresarios.  
Al tomarse el trabajo como la variable de ajuste ante la irrupción de la tecnología concebida, impuesta e imponiendo una retribución incalificable se gesta el primer trazado de distribución injusta de ganancias.  
No existe distribución digna si el trabajo es considerado como una cosa comparable a las demás, utilizadas en la función de producción.  El salario no es el resultado de la puja de dos fuerzas eternamente desiguales, sino que es el reconocimiento por el empeño y el esfuerzo puesto al servicio de un bien que recibirá su coronación cuando sea consumido con beneplácito por la comunidad. Se gesta el segundo trazado de distribución injusta de ganancias.
No existe consumo digno si el hombre, cualquiera sea la condición de actividad que lleve a cabo, no puede equilibrar sus ingresos entre los diversas actividades personales y familiares que son imprescindibles para el buen vivir. Desde los setenta aflora un condicionante excluyente que afecta el consumo de las familias: la ilegítima deuda externa.
El fin de la ganancia en la economía radica en la preocupación natural de los que asumen la responsabilidad de administrar la vida económica – solidaridad natural y no responsabilidad académica - para conducir a la comunidad por un camino de igualdad de posibilidades. 
                                                          
                                                                                 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

DEJENOS SU COMENTARIO, ¡ALABADO SEA JESUCRISTO!