El año pasado escribíamos sobre la confusión de la sociedad y sus deseos de vivir la vida, muchos de ellos, alternando, con Cristo o sin Cristo.
Quizás hoy, un año después, ya la afirmación a realizar sea otra, deducida a la medianía de los que sugeríamos anteriormente: Sin Cristo.
Al tener la posibilidad de expresarnos con independencia, con el solo compromiso de responder a la Reyecía de Jesucristo, nos resulta conducente plantear esa visión realista, estudiada y analizada con profundidad, tomando, como lo hace la filosofía tomista, como fuente de nuestra inspiración solo la realidad.
Aunque nos resulte inverosímil, Cristo está, lo queramos o no, lo aceptemos o no, lo respetemos o no, lo tengamos en cuenta o no, en nuestro desvelos diarios.
Está en el aire que respiramos, está en la contaminación que proclamamos y no defendemos, está en la economía natural que no respetamos, está en la relaciones empresario y obrero que hacemos promiscuas, está en la difusión precaria y temerosa de que la vida humana y sobre todo, la del niño por nacer es lo esencial. Está aunque se lo menosprecie en el sufrido hincha de fútbol – ámbito casi único donde aún se respira ese respeto a Cristo y al Virgen – quien en la cancha de Colón de Santa Fe en el partido con Boca, todos de pie se unieron, se pusieron de pie al grito de “poné la Virgen la p. . . que te p. . . .” solicitando la devolución de la Virgen que había sido extraída de la cancha. . Y, gracias a ello, la Virgen María volvió más resplandeciente que nunca.
Está en la educación aunque lo escondamos detrás del pizarrón, está en el alma del humilde de corazón que no puede expresar su dolor y angustia porque no le dieron el logos necesario para hacerlo o porque tiene miedo a perder los mendrugos que recibe en su vida de sumisión laboral, y por ello quedar mendigando definitivamente sin la posibilidad de subsistir.
Está Cristo, siempre está, cada día más doliente en la cruz, más solo y abandonado en la cruz, no por el pecado propio del hombre de naturaleza caída, sino por la indiferencia de quienes se dicen sus seguidores, pero que al momento de imitarlo siguen el ideario de Mammón, posando la cruz doliente en la lustrosa pared, pero en un ambiente donde la visibilidad se hace difusa ante la ansiedad de riqueza sin límites.
Está Cristo, relegado y arrinconado en el día de su nacimiento, cuando llegó al mundo para salvarnos, pisoteado por Santa Claus, Papá Noel o la denominación que recibe este engendro paladín del consumismo que rinde pingues ganancias, sobre todo a los emporios multinacionales.
Estaba Cristo en la inquietante pero al mismo tiempo placentera espera del brote de los frutos de la tierra luego de una siembra azarosa y a la espera de la cosecha natural, que permitiese mantener el frugal nivel de vida alejado de todo aquello que hoy tanto inquieta y obliga exigirle a la naturaleza un esfuerzo sobrehumano para poder alcanzar todo tipo de despropósito consumista.
Estaba Cristo, esencialmente en todas las actividades primarias donde se ponía en evidencia a diario la existencia de la mano de Dios en la reproducción de todo tipo de frutos vegetales y animales. La espera cansina y paciente era la impronta que hacía del hombre mucho más enraizado con el proceso natural que exige la pausa, que le permite al hombre recogerse sobre si mismo e intentar encontrar en la meditación, y sobre todo en la contemplación, la razón misma de su existir.
Estaba Cristo en la obra única, individual e irrepetible que hacía de cada hombre un productor creativo; plasmando en el bien logrado la imaginación de su mente sobre la realidad que lo circunda.
Estaba Cristo, al final de cuentas en todas las actividades humanas, remunerativas o no, cuando la vocación era el faro que iluminaba el esfuerzo en la búsqueda de hacer fructificar los talentos que Dios a cada uno se los ha dado gratuitamente.
Cristo está en la brisa que alivia el desfallecimiento propio del esfuerzo que realiza el hombre
Cristo está en las tempestades que hacen tambalear la seguridad en la vida terrenal.
Cristo está en los días festivos que hacen las horas evasivas y súbitas y el tiempo pasa como el agua se escurre entre los dedos.
Cristo está, también, en los días tristes y dolientes, de soledad, de pérdidas irreparables, de desasosiego espiritual y material.
Y Cristo está, pero cada vez con menos intensidad, con intermitencias cada vez más dilatadas.
Se entremezcla y se confunde con figuras abominables, propias de la imaginación materialista y consumista de quienes ya se han olvidado, desde hace mucho tiempo, de Cristo.
Y en el entre tanto, Cristo está. Siempre presente, lo abandonamos por nuestra flojedad, pero está. Muchas veces en todo su esplendor tenido en cuenta a diario, y otras solo recordado a medias, tan solo, si, tan solo los domingos.
La divinización de la técnica, alejada de todo sometimiento ético con el solo objetivo de ganar y ganar para poder lucrar cada día más ha llevado, cada días con mayor rapidez, a sepultar a Cristo en el baúl de las cosas requeridas cuando algún mal aqueja nuestro existir.
Los Evangelios, no nos trasportan a un camino de consenso y concertaciones en cuestiones esenciales que se oponen a lo que Cristo predicó con su ejemplo.
¿La Cruz no es el grado máximo de expresión de dogmatismo expuesta por Cristo para la salvación del hombre?
¿La Cruz permite, para ser consecuentes con Cristo, la tibieza en la defensa de su Verdad?.
La primera pregunta en si misma exige la respuesta que Cristo espera ansiosamente del hombre para ser consecuente con su sacrificio.
La segunda respuesta contempla una contestación que lleva a la desilusión de Cristo ante tanta ambigüedad.
A fines de la Edad Media , la Cristiandad fue dejando de ser la impronta que regía los destinos de la humanidad.
Cristo es el Rey del Universo, pese a que el hombre lo transforme paulatinamente en una marioneta manipulable a los antojos de sí mismo.
Superada la modernidad, ya Cristo comprendió que el hombre le soltaba las amarras de los piolines propios de una marioneta, ya no lo necesitaba ni como referente humano, ya todo es banal, insustancial, el hombre es Dios.
Sciacca afirma que nosotros hemos matado a Dios, por lo tanto el hombre ha muerto.
Folliet asevera que la ausencia de divinidad - ¿y Cristo? – lo deja al hombre en una espantosa soledad, y los pequeños dioses de reemplazo que él fabrica, lo traicionan uno después de otro, A fuerza de superarse no sabe ya donde se encuentra.
Tiempo de relevo de los Diez Mandamientos por la Carta de la Tierra , y como asevera Sáenz: ¡Desdichado hombre de nuestro tiempo! No se encamina precisamente hacia una cumbre, sino hacia el abismo.
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