Este racionalismo ha conducido a la pérdida de lo sacro. Los fieles que asisten a una misa, por ejemplo, no perciben que ese momento sea cualitativamente diverso al que viven cotidianamente. Por el contrario, el mismo se presenta como una continuidad de la vida diaria: el murmullo es el mismo, las melodías de las canciones no difieren de las que escuchan en los lugares bailables, fogones o recitales. De este modo, con la excusa de acercar a la gente a la liturgia, se ha terminado alejándola de la posibilidad de la unión con Dios, privándola del encuentro con el Misterio.
El silencio ya no está presente en las Iglesias; en su lugar, el fiel puede encontrar puestos de vendedoras, festejos de cumpleaños con música, aplausos, etc. Esta situación resulta violenta para todo aquel cristiano que, fiel a su Iglesia, sabe que la liturgia propende, de suyo, a introducir al hombre en el Misterio. En lugar de facilitar el encuentro con el Misterio, la actual liturgia tiende a poner todas las condiciones para obstaculizarlo.
Pese a esta situación que atraviesa la actual liturgia, el Papa entiende que ella es la instancia por excelencia para perforar la vida sin Dios del hombre actual. ¿Por qué el Papa Benedicto XVI piensa en estos términos? La respuesta es simple: una liturgia auténtica permitirá al hombre contemporáneo probar (experiri) la dimensión trascendente de la persona humana. Para ello será menester considerar a la liturgia como adoración en Jesucristo de la Trinidad y como celebración de toda la Iglesia Católica , de la cual los obispos y presbíteros son ministros, es decir, siervos y no patrones[3]. Esto sólo será posible si la liturgia no confunde, como hoy sucede frecuentemente, la centralidad de la asamblea con la centralidad de la adoración a Dios[4]. Señala Bux, a propósito de la grave situación actual de la liturgia, que la misma ha dejado de ser el ámbito de recepción de la palabra divina, como en el Sinaí, que es ley para nuestros pasos, para convertirse en una sujeción a lo que está abajo, al modo del becerro de oro y el danzar en torno al mismo. Y exclama: “¡Cuánta responsabilidad tienen los obispos y los sacerdotes en esto que ha sucedido! Significa, en la práctica, caer en la tentación de tomar el lugar de Dios”[5].
Para Benedicto XVI, entonces, la liturgia es el camino óptimo que le permite al hombre sintonizar con la dimensión trascendente de su existencia. Si realmente se diera esta metanoia, este cambio de enfoque, se posibilitaría, entre otras cosas, un renacimiento teológico el cual permitirá al hombre actual la inteligencia del misterio cristiano. Pero será un renacimiento que acontecerá a posteriori de aquel encuentro pleno del hombre actual con el misterio ya que sus ojos renovados podrán ver que el sentido de su existencia se resuelve a la luz del Verbo encarnado.
Para ello será preciso que la liturgia recupere el silencio, la música sagrada, el valor de los gestos, etc. Como acertadamente lo señala Bux, “el alma no está hecha para el rumor y las discusiones sino para el recogimiento… Es necesario, ante todo, restituir a la iglesia su dignidad de templo sacro donde ninguno hable en alta voz, comenzando por los sacerdotes y los ministros… Es necesario tener el coraje de arrojar lejos del santuario todo aquello que repugna a la piedad cristiana u ofende el verdadero sentido religioso”[6].
La reforma deseada por Benedicto XVI exigirá muchas medidas. Una de ellas, sin duda alguna, será de ofrecer una buena formación litúrgica a los sacerdotes[7]. ¿Será posible esto? Sólo rogamos a Dios que así sea para que podamos vivir en cada Misa el sacrificio auténtico de Cristo, en lugar del propio sufrimiento ocasionado por una liturgia que es como un manto de plomo que impide que nos elevemos a Dios. En síntesis, que la liturgia sea aquel ámbito en el que, gracias al silencio, al espíritu de oración y al canto sagrado, se estimule a cada alma, de un modo privilegiado, a la búsqueda, al encuentro y a la conversión con su Señor.
Carlos Daniel Lasa
Dr. En Filosofía
Notas
[1] Cfr. La sal de la tierra. Cristianismo e Iglesia católica ante el nuevo milenio. Una conversación de Peter Seewald con el Cardenal Joseph Ratzinger. Madrid, Ediciones Palabra, 2005, 5ª edición, pp. 171-172.
[2] Ibidem, p. 173.
[3] Cfr. Nicola Bux. La riforma di Benedetto XVI. La liturgia trainnovazione e tradizione. CasaleMonferrato, Piemme, 2008, pp. 76-77.
[4] Ibidem, p. 76.
[5] Ibidem, p. 21.
[6] Ibidem, pp. 121-122.
[7] Cfr. La sal de la tierra. Cristianismo e Iglesia católica ante el nuevo milenio. Una conversación de Peter Seewald con el Cardenal Joseph Ratzinger. Madrid, Ediciones Palabra, 2005, 5ª edición, pp. 171-172.
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