Hemos inventado el dinero y lo usamos,
pero(…) no comprendemos las leyes que
lo
rigen no controlamos su accionar. Tiene
vida propia.
Lionel Trilling
No es momento de analizar que el
término exacto aplicado al funcionamiento del capitalismo liberal, no sea el de
competencia, sino el de concurrencia. (cada ciudadano participa; ¡solamente!,
con lo que tiene y puede), pues para que
exista la competencia es menester su subordinación a la reciprocidad en los
cambios, lo que es negado definitivamente tanto en la teoría como en la
practica.
La reciprocidad en los cambios implica que cada uno participa en la
vida comunitaria y económica, no de acuerdo a sus talentos o – mejor dicho - destrezas,
sino con las mismas posibilidades, sobre todo, de acceso a la satisfacción de
sus necesidades elementales.
Es decir, la reciprocidad en los cambios existe cuando en todo tipo de
intercambios se halla un equilibrio
ineludible que coadyuva a que ninguno de los participantes pueda sacar ventajas
sobre los demás.
En este argumento atiborrado de
cooperación y solidaridad se edifica el criterio por el cuál resguardamos la
existencia de las llamadas monedas comunitarias o complementarias.
Además, craso error, al adecuar
el dinero a los mecanismos de la competencia, se forja la moneda como un bien,
siendo que la misma no es nada más que un medio de pago.
Llega a tal grado la omnipotencia
de los bancos y la tosquedad consiguiente que, cuando se otorga un préstamo a
una empresa, para su normal funcionamiento, se le prenda el dinero de la recaudación diaria.
En este mecanismo perverso cuando
una familia solicita un crédito para construir su vivienda familiar, - recibe, por ejemplo $ 200.000 – al cabo de
unos años devolverá casi el doble de lo otorgado, al ser incorporado los
intereses pactados.
Pero, aquí la gran entelequia del
dinero generado como deuda. Este dinero cubre el monto de la deuda original
pero no de los intereses.
Al operar todos los bancos de la
misma manera, se producirá una lucha salvaje entre los deudores para reunir el
dinero del capital y de los intereses. Algunos obtendrán lo suficiente para
pagar lo adeudado. Pero otros, los menos eficientes verán evaporarse de sus
manos bienes que con tanto esfuerzo obtuvieron.
Esa escasez aviesamente
originada, provoca una competencia feroz para obtener el dinero que escasea y no
existe en la cantidad suficiente.
En sus análisis financieros y
patrimoniales de las empresas sometidas a deuda, los bancos tratan de verificar
como algunas empresas, con su sagacidad pueden someter a otras, más débiles,
birlarle el dinero y cumplir con sus obligaciones.
Bernard Lietaer en El
undécimo círculo analiza el funcionamiento del interés en el sistema
monetario capitalista.
Érase una vez un pueblito del interior de Australia en donde la gente
solía utilizar el trueque para todas sus transacciones. Los días de feria iba y
venía con pollos, huevos, jamones y panes en las manos y negociaba durante un
largo tiempo intercambiando mercaderías con sus compatriotas.
En los períodos claves del año, como la época de las cosechas o cuando
había que reparar un granero después de una tormenta, se retomaba la costumbre
de ayudarse mutuamente, que provenía de la tradición antigua. Todos sabían que si alguna vez tenían un
problema, otros les prestarían ayuda.
Un día de feria, un extranjero calzado con zapatos negros relucientes y
un elegante sombrero blanco se acercó y observó la escena con una sonrisa
sardónica. Cuando vio a un granjero, que corría para atrapar a los seis pollos
que deseaba canjear por un gran jamón, no pudo soltar la carcajada. “Pobre
gente” dijo “tan primitiva”. La mujer del granjero escuchó estas palabras y lo
desafió preguntándole: “Crees que puedes manejar a los pollos mejor que mi
marido?”. “A los pollos no”, replicó él. “Pero hay una forma mejor de resolver
ese problema”. “Sí” ¿Cuál?, lo inquirió la mujer.”Ve aquel árbol allí
enfrente?, le espetó el forastero. “Bueno, iré allí a esperar que uno de
ustedes me traiga un gran cuero de vaca. Luego, haz que todas las familias me
visiten. Les explicaré una mejor manera”.
Cuando tuvo el cuero de vaca, lo recortó en círculos perfectos y en
cada uno puso un lindo sello de correo. Luego, ofreció a cada familia diez
círculos y les explicó que cada uno representaba el valor de un pollo. Dijo:
“Ahora pueden comerciar y negociar con los círculos en lugar de hacerlo con los
pollos ariscos”.
Su argumento era convincente. El hombre de zapatos brillantes y brioso
sombrero impresionó a todos”.
Una vez que todas las familias recibieron sus diez círculos, el hombre
añadió: “¡Ah! Me olvidaba. Dentro de un año volveré y me sentaré bajo este
mismo árbol. Quiero que cada uno de ustedes me devuelva sus once círculos. El
undécimo círculo será una muestra de aprecio por la mejoría que acabo de
introducir en su vida”.
El granjero de los seis pollos le preguntó: “¿Cómo podemos obtener el
undécimo círculo?”. “Ya verán”, contestó el hombre, con una sonrisa
tranquilizadora.
* * *
Si ese año la población y la
producción anual de ese lugar se hubieran mantenido estables, ¿qué habría
pasado? Recuerden que ese undécimo círculo nunca fue creado. Por lo tanto, a la
postre, aunque todos se las arreglaran bien en sus negocios, una de cada once
familias debió perder todos sus círculos para que otros obtuvieran el undécimo.
A partir de entonces, cuando una tormenta amenazaba la cosecha de una
de las familias, la gente ya no era tan generosa como antes, y no brindaba su
ayuda antes que se desatase un desastre. Resultaba mucho más conveniente
intercambiar los pollos por círculos en el día de la feria, pero este nuevo juego desestimaba, sin
quererlo, la cooperación espontánea tradicional en los habitantes de la aldea y
generó, en cambio, una furia competitiva
sistemática entre todos ellos.
El ejemplo de El
último círculo es lacónico, la moneda ejerce un poder determinante
sobre la vida de hombres, familias y comunidades.
Fomentar la cooperación es un
imperativo, pero ella no surge de los claustros universitarios ni de las aulas
virtuales sino de la misma trama comunitaria que tiene a la familia como el
sostén fundamental.
Los edificios no se construyen
desde las alturas invisibles, sino desde los cimientos, con la fortaleza
suficiente para soportar todas las inclemencias a que será sometido.
Aunque lo esencial y prioritario
es la cooperación en la vida comunitaria, es viable la convivencia de la
solidaridad con la competencia. Mientras esta última se ocupa de los negocios y
el lucro, la primera estira los brazos de la protección y amparo a los
indefensos.
¿Podremos demostrar que las
monedas comunitarias coadyuvan al equilibrio social?
Tarea arduo difícil pero no
imposible, por algo será que centenares de ciudades en el mundo las aplican con
reconocido regocijo para sus habitantes.
Mucho se inventa para paliar las
desventuras de la convivencia, pero atacar los efectos no hace más que
aproximar la humanidad hacia el abismo.
ÁREA DE INVESTIGACION
Nota: Bernard Lietaer imagina como crear nueva riqueza,
trabajo y un mundo más sensato.
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