“Este consumir todo lo
que rodea al hombre,
alimentos, productos de toda especie,
modas,
valores, ideas, neologismos, novedades, noticias, ídolos, marcas, imágenes y todo de una manera frenética, manifiesta en
el hombre un deseo profundo de asimilarse a lo que él no es ni su condición
humana le permite”.
Héctor Padrón
El hombre moderno se asemeja a un
náufrago, con una diferencia sustancial con el naufragio propiamente dicho.
En el caso que nos ocupa, el
hombre es naúfrago por propia determinación.
Naufragar es el fin. Alcanzar el peñasco
que lo salve es el objetivo inmediato. Pero, he aquí, que alcanzado el mismo siente
una vez más el descontento, y reiteradamente naufraga por propia determinación en busca de
nuevos objetivos.
El naufragio, camino desde que se
sumerge a la deriva hasta que alcanza la meta propuesta, es el derrotero
diario, buscando de nuevas sensaciones, nuevos bienes, nuevas acciones, en
síntesis, nuevos e infinitos consumos.
En el naufragio agiganta la
acción, el tiempo ocupado, los trabajos, las angustias, el interminable hacer.
El naufragio es todo aquello que
le suministre los medios indispensables para llegar a la meta.
Una vez lograda surgen nuevas metas
a alcanzar, nuevos desafíos, nuevas acciones, nuevas turbulencias, llevando una
vida ansiosa y activa en la que jamás se piensa en el verdadero fin que debe
proponerse en su vida.
Continuando con el análisis que
explica el auto naufragio del hombre observado en forma incipiente hace algunos
años, pero persistente en la actualidad, el mismo muestra rasgos externos que
son los que definen e incitar este proceder.
El ataque causal a los valores
esenciales que rigieron la humanidad, provocaron confusión en los primeros
tiempos, pero con el correr de los años se transformaron en incuestionables, debido
al accionar persistente de los medios de comunicación sometidos al nuevo orden
mundial.
La pérdida del sentido de orden y
autoridad, entre otras distorsiones, fue erosionando gradualmente el acontecer
familiar y comunitario, originando un desfase profundo en la vida social.
Si bien nuestro objetivo será el
análisis y desarrollo de la preeminencia del abismo sobre la esperanza,
profundizaremos nuestra exploración en el ámbito económico. Este constituye la
estratagema que seduce al hombre para transformarlo en un inexperto servil, en
definitiva, a los intereses de la globalización.
Embotados o eliminados los
valores esenciales de la vida comunitaria, la economía capitalista tiene vía
libre para hacer su cometido al servicio de los intereses a la que siempre se
vio sometida.
El hombre económico es una entelequia del pasado, asistimos a la
imposición y vigencia de un nuevo paradigma, el hombre consumista.
Es el trayecto final en la
consolidación de una nueva sociedad donde ese nuevo hombre aspira
irremediablemente a todo aquello que le pueda dar satisfacciones, efímeras,
pero satisfacciones al fin.
Esa impronta vigente es la que
lleva a que los naufragios a que hacíamos referencia sean incesantes,
permanentes y cada vez más pródigos.
El hombre económico exteriorizaba
ciertos reparos o manifestaba ciertas reticencias a desplegar las alas
indefinidas del consumo.
El hombre consumista, por el
contrario, exaspera al máximo su afán por apropiarse de bienes y servicios que
le provean deleites inmediatos.
Esta derivación final del hombre
sometido al neoliberalismo, trae aparejado consecuencias extremadamente
delicadas para él mismo, la comunidad y la vida social
Con el fin de incentivar ese
exacerbado consumismo se tiene activada al máximo la maquinaria de la
producción, devastando a su paso, en la elaboración de bienes muchas veces prescindibles, recursos naturales
no renovables, derrochándose lo que se debería atesorar para generaciones
futuras.
El proceso económico natural es
producir en primera instancia, luego distribuir equitativamente el producto
generado, para luego permitir el consumo medido y equilibrado de la comunidad,
previo retener lo que le corresponde al Estado para sus actividades
específicas.
De ello se desprende que lo
prioritario en la vida económica es el consumo. Y todas las acciones deben
estar orientadas a dar cumplimiento a estas exigencias.
Pero el consumo no es una
disposición espontánea que se expande indefinidamente buscando satisfacer todo
aquello que genera satisfacción, placer, etc.
Por el contrario, es una decisión
responsable, equilibrada, justipreciada, que le permite a quien la ejecuta
lograr una sensatez entre lo que piensa y lo que hace.
Debemos ser conscientes que las
influencias externas que inciden sobre el consumo, como la publicidad, el
atosigamiento de los medios de comunicación sobre el consumo y sobre el
libertinaje de los valores naturales, apuntan irremediablemente a que el hombre
se aproxime peligrosamente al abismo
en detrimento de la justificada esperanza.
Por todo ello, en artículos
sucesivos indagaremos las razones de esta nebulosa realidad que tanto influye
en el hombre, sin que éste intuya su destino.
Alexander Solzhenitzyn afirma que
el bienestar material se incrementa mientras el desarrollo espiritual se
reduce. La sobreabundancia deja en el corazón una lacerante tristeza, del mismo
modo que nadie experimenta calma alguna al arrogarse a un torbellino de
placeres, sino enseguida, una sensación de agobio.
John Rockefeller, en sus
Memorias, expresa de manera excelente esta mentalidad, resumiendo en cierta
ocasión su credo diciendo que estaba dispuesto a pagar un sueldo de un millón
de dólares a un apoderado, a condición de que poseyese (aparte, naturalmente,
de las aptitudes necesarias) una carencia
total de escrúpulos y estuviese dispuesto a sacrificar sin la más mínima consideración a miles de personas.
No en vano, la moneda es la traza
indeleble que provoca las grandes calamidades de la vida; guerras,
enfermedades, egoísmo, usura, individualismo, avaricia, codicia, etc.
En la modernidad que nos agobia,
la balanza se inclina definitivamente hacia lo económico en detrimento de lo espiritual.
Sciacca analiza la diferencia que
media entre los valores económicos y los valores espirituales. Lo propio de los
valores económicos consiste en ser intercambiados
y consumidos; lo de los valores
espirituales es ser expresados y comunicados.
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