03/08/2016 - 11:28.
Una raza en vías de extinción
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08.03.2015
| Juan Manuel De Prada afirma que hay un orden anticristiano que ya fue
aceptado. Y que el pensamiento y el arte católico son productos del pasado.
Hasta la Iglesia se pone hoy de rodillas y halaga al mundo para ser admitida,
lamenta.
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Por Agustín De Beitia
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Si uno lee hoy los
medios de comunicación católicos verá que las realidades económicas, políticas,
sociales, culturales, se analizan desde pensamientos ideológicos, bien de corte
liberal, bien de corte conservador o progresista, y luego se les da un barniz
católico para disimular.
JUAN MANUEL DE
PRADA
Juan Manuel de
Prada, el famoso escritor y columnista español, es un apasionado apologeta católico,
tal vez el más renombrado de la España actual. Sus artículos, donde se rebela
contra el mundo y contra la tiranía de la cultura dominante, son publicados
desde hace más de veinte años en el diario español ABC.
De Prada
(Baracaldo, 1970) es un caso infrecuente. No sólo por su incisiva mirada sobre
la realidad y su defensa de la doctrina católica, sino porque el desprecio que
ha sufrido a veces por este motivo se atenúa por el éxito de sus novelas y la
aclamación de la crítica. En una entrevista con este diario, el autor -que
acaba de publicar en España su novela Morir bajo tu cielo- examina la figura
del intelectual católico en el mundo actual.
- Los intelectuales
católicos suelen merecer el ostracismo, hablar desde las catacumbas. Usted no.
¿Por qué?
- Bueno, he tenido
un primer impulso como escritor y hoy cuento con unos lectores a los que estoy
muy agradecido, que creen en mis obras y ven que no estoy al servicio del
sistema como la mayoría de los llamados intelectuales españoles. Pero el
sistema de a poco me ha ido poniendo un cerco.
- ¿Cómo es eso?
- El mundo liberal
y progresista ha intentado arremeter contra mí y desprestigiarme de formas muy
diversas. Cuando tú te inscribes a negociados de izquierda o de derecha, el
sistema te permite encontrar tu lugar bajo el sol. Lo que no se soporta es una
crítica más profunda, más radical. Eso te condena al ostracismo. A mí de joven
me veían como un escritor conservador. A medida que se han dado cuenta que no
es así las resistencias y las condenas van creciendo. Sin embargo, lo más duro
para mí fue el ostracismo al que se me ha condenado desde medios católicos.
IMPENSABLE
- A principios del
siglo pasado hubo una ola de conversiones al catolicismo entre intelectuales
que hoy parece impensable. ¿A qué se debe?
- Creo que entonces
los intelectuales todavía participaban de un mundo que era católico. Un orden
cristiano que subsistía. Con problemas, es cierto. Con persecuciones incluso.
Pensemos en Inglaterra, donde el católico estaba mal visto en los círculos
burgueses. El problema hoy es otro. El problema es que la ideología mundialista
ha logrado reformatear las mentes. De tal manera que hoy ya no subsiste un
orden cristiano. Y el nuevo orden anticristiano ya fue aceptado como algo
natural. Creo que el capitalismo, como el comunismo, encierra una visión
antropológica, y que el consumismo desenfrenado, el hedonismo, la libertad
religiosa, han creado pueblos muertos desde un punto de vista espiritual. En el
actual orden anticristiano, encontrar un intelectual católico es tan difícil
como que aparezca una palmera en el Polo Norte.
- El intelectual
católico de voz potente, arraigado en la doctrina, ¿es una raza en extinción?
- Yo creo que sí.
No tanto porque no pueda aflorar, porque que eso aflora de forma natural, sino
porque el sistema lo reprime, lo silencia, lo condena.
- ¿Hay en los que
quedan demasiada adaptación al mundo?
- En realidad el
pensamiento católico, o el arte católico, duele decirlo, son productos de otras
épocas. Creo que ya han desaparecido. Solo quedan individualidades raras. Pero
como movimientos estéticos, intelectuales o filosóficos ya han muerto. Si uno
lee hoy los medios de comunicación católicos verá que las realidades
económicas, políticas, sociales, culturales, se analizan desde pensamientos
ideológicos, bien de corte liberal, bien de corte conservador o progresista, y
luego se les da un barniz católico para disimular. Pero el pensamiento
católico, es decir la capacidad que tenía la fe para encarnarse en las
realidades artísticas, sociales, políticas, la capacidad para analizar la
realidad desde presupuestos cristianos, eso ha desaparecido.
- El desapego
doctrinal, frecuente entre tantos católicos, ha llegado ahora a la jerarquía
católica. Se ha visto en el último Sínodo. ¿Qué reflexión le merece?
- El afán de la
Iglesia de entregarse al mundo es una tentación que recorre la historia. Quizás
hoy es más patético y lamentable. Porque, a diferencia de otras épocas, cuando
la Iglesia era la cabeza del mundo, el faro que alumbraba el camino, hoy ya no
pinta nada. Su prestigio, su predicamento, es cada vez menor. Entonces la
Iglesia se pone de rodillas, halaga al mundo para ser admitida. Hay una frase
en el comienzo del pontificado de Francisco que no se comentó lo suficiente. El
dijo que a la religión le correspondía el papel de ser "animadora" de
la democracia. Es escalofriante. Parece que le asigna a la religión el papel de
allanarle la vida a la democracia. Darle alegría al mundo. Actuar de pasatiempo
y entretenimiento, como si fuera una vedette del Maipo.
- Conforme pasa el
tiempo es más triste ver el significado de esa frase...
- Estamos en un
momento donde, como mínimo, se juega con la confusión.
- Ahora, si la
Iglesia deja de ser el faro que ilumina al mundo, y los intelectuales católicos
han desertado, ¿cuál es el panorama?
- (Pausa) El
panorama es el que nos ha sido anticipado. Que la Iglesia, a medida que nos
acerquemos al fin de los tiempos, irá perdiendo relevancia, irá reduciéndose
hasta convertirse en un rebaño pequeño. Es la gran apostasía y la gran
tribulación de las que habla San Pablo. Es interesante el relato de las siete
cartas a las siete iglesias del Apocalipsis porque repite una y otra vez:
"conserva lo que tienes". La Iglesia tiene que preservar el depósito
de la fe.
- Usted se ha
definido siempre como un tradicional. ¿Por qué?
- Crecí en una
pequeña ciudad de provincias, en el seno de una familia modesta y muy ligada al
mundo rural. Mi vida está muy ligada a las tradiciones que mis antepasados me
legaron. Creo que la tradición es lo que constituye al ser humano. Le da al
hombre una perspectiva del tiempo y del espacio. Y, como escritor, no participo
de esa visión romántica del arte en el que la búsqueda de la originalidad se ha
convertido en el marchamo de calidad.
- Esa búsqueda de
originalidad se ha extendido hasta ser propia de la modernidad.
- Yo pienso que
todo el tinglado de la farsa de nuestra época le hace creer a las personas que
son dueñas de su propia vida y que pueden crear su propia biografía. Esto es algo
que la modernidad ha ideado para crear criaturas desvalidas. Para despojar a la
gente de aquellos vínculos fuertes que lo unían a realidades vitales más
profundas, que daban sustancia a su vida. Y el resultado son vidas condenadas a
la derrota, a la desesperación, a la depresión. La familia transmitía la fe,
también un oficio. El hombre venía al mundo con un abrigo: espiritual,
intelectual, moral. Allí donde los vínculos de la tradición quedan rotos se
puede masificar a la gente. Es interesante ver cómo hoy en día las estadísticas
pueden definir a los pueblos.
CASTELLANI
- Usted publicó en
España al sacerdote, escritor y apologeta argentino Leonardo Castellani. ¿Qué
cree que tiene él para ofrecer al lector de hoy?
- Castellani es uno
de los más grandes escritores argentinos del siglo XX. Cuando uno empieza a
leerlo se da cuenta que tiene un estilo personalísimo, un pensamiento vigoroso
que expresa con un donaire especial. Tiene muchas facetas: es apologeta,
exegeta, polemista, novelista, cuentista, poeta. Por desgracia en la Argentina
es menos apreciado de lo que debería. Sobre él pesa una condena ideológica. Yo
lo descubrí gracias a un amigo argentino, un librepensador, pero de gran gusto
literario. Me propuse darlo a conocer aquí en España. Publiqué cinco libros de
él y es una de las cosas de las que más orgulloso estoy.
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