martes, 10 de diciembre de 2019

A veces, para conservar la Fe, no hay que ir a Misa


Como antiguamente aprendíamos en el Catecismo, uno de los preceptos o mandamientos de la Iglesia, nos prescribe “santificar las fiestas”, esto es, oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar; y todo bajo pena de pecado mortal, es decir, con riesgo de perder la gracia si no lo hacemos voluntariamente y con conciencia.
Y si ud. no lo sabía es, o porque se olvidó o porque tuvo un catequista medio flojo…
Pero, ¿por qué la Iglesia puso este mandamiento, si más bien debería ser un acto espontáneo de todo bautizado el hecho de ir a contemplar el misterio de nuestra redención? Pues quizás para que no olvidásemos lo que necesitábamos; o quizás para mostrarnos que, si no cumplimos con este precepto eclesiástico difícilmente cumplamos el resto de los mandamientos (¿cómo ser fiel al cónyuge u honrar a los mayores, o decir siempre la verdad, si no somos capaces de sentarnos en un banco, una vez a la semana, durante una hora?).
Pues sí; ir a Misa es un precepto de la Iglesia que remite al tercer mandamiento; pero no deja de ser un precepto; tan es así que es la Iglesia la que define qué días son “preceptivos” (en España, por ejemplo, el día del Apóstol Santiago es fiesta de precepto, pero no así en Argentina). Y los preceptos no obligan ante una grave incomodidad.
  • “¿Cómo? ¿puede ser que si alguien falte un domingo a Misa no sea pecado?”.
  • Exacto.
A ver… Expliquemos: si –como muchas veces pasa– uno está enfermo y no puede moverse de la cama; o debe quedarse a cuidar a alguien porque así la caridad lo demanda, o se encuentra muy alejado de un templo católico, etc., se encuentra ante un estado de grave incomodidad y, así entonces, los preceptos de la Iglesia no obligan.
Como tampoco obliga el precepto de la Iglesia de hacer ayuno los viernes cuando uno es ya grande o cuando debe alimentarse por prescripción médica, etc. y le es imposible hacer ayuno cuando la Iglesia lo preceptúa. Ante “grave incómodo, precepto no obliga” –dicen los confesores (ojo, preceptos, no mandamientos de la Ley de Dios).
Y ahora uno se pregunta: ¿qué pasaría si uno va a una Misa donde el sacerdote no sigue las rúbricas del Misal, dice barbaridades o, peor aún, herejías, habla contra lo que enseña el Catecismo o simplemente convierte la Misa en un show digno de un circo? ¿Y qué pasaría si uno, aun haciendo un esfuerzo enorme, mordiéndose la lengua y hasta hablando luego de la Misa con ese sacerdote (y hasta con el obispo), no se lograse nada? ¿Qué pasaría si peligrase la Fe? ¿Estaría uno obligado a ir a esa Misa bajo precepto?
Pues no, porque a veces, para conservar la Fe, no hay que ir a Misa…; porque los preceptos positivos de la Iglesia no obligan ante una grave incomodidad, máxime cuando puede dañarse la vida del alma ante un grave perjuicio (CIC, c. 1323, § 4). Claro que, de no participar del Santo Sacrificio, debería uno cumplir el mandamiento (y no el precepto) de “santificar la fiesta” de otra manera (rezando el Rosario, leyendo las Sagradas Escrituras, etc.).
Entonces: una advertencia y tres consejos.
La advertencia: claramente esto no debe ser una excusa para dejar el precepto dominical (sabemos la crisis por la que estamos pasando); de Dios nadie se burla (Gál 6,7).
Primer consejo: como la grave incomodidad no será igual para todos, algunos podrán soportar en recta conciencia (“recta”, decimos) ciertas misas y otros no… Así como algunos enfermos podrán ayunar y otros no.
Segundo consejo: si el cura no hace lo que la Iglesia manda y ud., soporta esa Misa, pues que él soporte que ud. no ayude al sostenimiento de ese templo, sino de otro que en su conciencia vea. Que quizás por esto reacciona…
Tercer consejo: busque una buena parroquia, un buen sacerdote. Siempre los hay; es cuestión de buscar, aunque a veces haya que hacer algún kilómetro de más.
A todo evento, siempre estará el muy recomendable libro de Mons. Nicola Bux, «Cómo ir a Misa y no perder la Fe«
Que no te la cuenten…
Javier Olivera Ravasi, SE

No hay comentarios:

Publicar un comentario

DEJENOS SU COMENTARIO, ¡ALABADO SEA JESUCRISTO!