miércoles, 11 de diciembre de 2019

Los adeptos de la nueva religión verde y la Iglesia




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Esta es una publicación centrada en la información católica, y muy especialmente en el panorama eclesial, pero sería extraño que fuera del todo indiferente al gran espectáculo de religiosidad oficial y popular que tiene ahora su centro en Madrid: la Cumbre del Clima.
Ya sé, ya sé: es CIENCIA. A eso se agarran, pero incluso en su parte meramente científica resulta muy poco científica. Lejos de estimularse el cuestionamiento, se fuerza el asentimiento, llegando calificar a los vacilantes con ese peligroso sambenito de ‘negacionismo’, que para según qué es incluso delito. Se cita más el consenso científico -¿recuerdan el consenso científico en torno a la Teoría Geocéntrica de Ptolomeo en tiempos de Galileo?- que los datos, se ignoran las predicciones erradas, se silencia a los críticos pese a sus cualificaciones profesionales.
Pero no entraremos en eso; para lo que nos interesa, que el dogma del Cambio Climático sea cierto o falso -que el clima de la tierra está entrando en una nueva fase estable con consecuencias catastróficas debido a la actividad humana y que todavía podemos impedirlo empobreciéndonos radicalmente- es irrelevante.
Lo relevante es que se trata de un fenómeno netamente religioso que se está azuzando desde el poder -político, mediático, cultural, empresarial, financiero- hasta límites insospechados, como el de convertir a una niña neurotípica en profetisa atendida y agasajada por todos los grandes de este mundo y reverenciada por masas de juveniles adeptos. Ya solo esto sería razón suficiente para desconfiar: quien utiliza niños para vender su mensaje, suele estar mintiendo.
Da igual si lo han inventado, maquillando datos aquí y allá y financiando los estudios más ‘favorables’.o si se han topado con este supuesto calentamiento: el caso es que los poderosos de todos los ámbitos han encontrado en el Cambio Climático el sueño de cualquier tirano: una emergencia tan amplia y terrible que justifica cualquier recorte de libertades o de nivel de vida, y tan vago en sus detalles que nada puede contradecirlo: si llueve mucho, es prueba del cambio climático; si poco, lo mismo, y si llueve igual, espérate a mañana y verás. No hay fechas fijas, ni escenarios precisos: solo una difusa amenaza gigantesca.
Solo es necesario transmitir la fe, y a fe mía que se insiste, desde todos los foros, desde todos los medios, desde todas las personalidades mediáticas, desde todos los informes empresariales o campañas publicitarias. Es un ‘mono’ del cristianismo, con su pecado original, su culpa, sus confesiones, su apocalipsis y su posibilidad de redención. Pero sin Dios, todo aquí abajo, todo material, aunque al mismo tiempo todo quede infuso de una vaga espiritualidad.
Los popes de esta religión tienen las soluciones listas que, como sorprenderá a pocos, pasa por ponernos en sus sabias manos y nos resignemos a que controlen hasta el menor detalle de nuestra vida privada y a los inevitables ‘sacrificios’ (otro imprescindible toque cristiano). Y uno de sus primeros mandamientos, el más repetido y obvio, es que sobra gente en el planeta. Muchísima gente. Lo mejor que podemos hacer por el medio, nos dicen los expertos, es no tener hijos. Y morirnos pronto, que la huella de carbono de los cadáveres desaparece pronto. Para ello es imprescindible fomentar el sexo estéril -la homosexualidad es mejor que la heterosexualidad, y esta es salvable con la adecuada contracepción y el ineluctable aborto- y la eutanasia.
Y toda esta hoguera de vanidades pseudorreligiosa sería motivo marginal para un católico que no espera que esta vida sea otra cosa que una mala noche en una mala posada y que sabe que si el mundo nos odia, odió primero a nuestro Maestro, si no fuera por el desconcertante espectáculo de ver a nuestras instituciones eclesiales sumándose entusiastas al invento.
Habrán oído la expresión ‘conversión ecológica’ mil veces en los últimos meses, casi tantas como ‘nuestra casa común’, y no referida a la Iglesia, sino a este pasajero planeta. También la insistencia machacona del Santo Padre, los simposios organizados ‘ad hoc’ por la Santa Sede, con columnas del agnosticismo progresista como Jeffrey Sachs, omnipresente en Roma últimamente, y la multiplicación diocesana de una ‘evangelización verde’ que se propaga con un entusiasmo que hacía tiempo no encontrábamos en el sencillo mensaje del evangelio ‘convencional’.
Y asusta, para qué voy a engañarles. Asusta porque es evidentemente una religión rival, incompatible con la católica, y radicalmente inmanentista. Porque es idea del mundo, no un ‘desarrollo de doctrina’ desde el mensaje evangélico, sino una adaptación tardía, apresurada y chapucera a lo que impera en el siglo, ayuna de referencias doctrinales en la Tradición. Pero, sobre todo, asusta porque es difícil ignorar qué medidas quieren imponer los sacerdotes de este nuevo culto, y cómo la insistencia de la jerarquía eclesiástica en la ‘urgencia’ de la crisis y en la necesidad de frustrarla a toda costa está jugando a favor de un régimen y de una tanda de ‘mandamientos’ que son lo opuesto a la moral católica.

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