Por Laureano Benítez Grande-Caballero.- ¿Qué es una Patria? Es una entidad que puede definirse con un criterio geográfico, al estar constituida por un conjunto de territorios; también tiene una dimensión histórica, pues podría definirse como una colectividad que ha compartido una serie de acontecimientos ―un destino― en el tiempo… sin embargo, lo más esencial al concepto de Patria es la posesión de un patrimonio cultural y tradicional único, a través del cual se revela la idiosincrasia, la personalidad y la cosmovisión del mundo de una determinada comunidad de personas.
El componente más relevante de este patrimonio es la posesión de un conjunto de valores e ideales, atesorados por una comunidad a lo largo de su devenir en el espacio- tiempo, los cuales configuran el horizonte final, el destino de una Patria, su meta y su misión histórica.
En el caso de España, hay un valor que destaca de manera descollante sobre todos los demás: la fe católica. Esto es así, hasta el punto de que la transmisión y defensa de la Iglesia católica ha sido la vocación histórica más profunda de nuestra Patria, constituyendo la contribución más relevante de España a la historia de la humanidad.
Ya lo decía José Antonio: «La interpretación católica de la vida es, en primer lugar, la verdadera; pero es, además, históricamente, la española» («Puntos Iniciales», 7 diciembre de 1933). «En España ¿a qué puede conducir la exaltación de lo genuino nacional sino a encontrar las constantes católicas de nuestra misión en el mundo?» (Carta a Julián Pemartín, 2-abril-1933).
Además de evangelizar a medio mundo, España ciertamente ha sido la «reserva católica» de occidente, junto con Italia, con la diferencia sustancial de que, al haber sido un imperio durante algunos siglos de nuestra historia, hemos hecho una labor de difusión sin igual, a la vez que hemos sido «martillo de herejes», defendiendo la pureza del Magisterio y la Tradición de la Iglesia frente a persecuciones y herejías.
Desde la Contrarreforma hasta la defensa visceral de la trilogía «Dios, Patria, Rey» en la lucha contra los invasores franceses; desde la lucha contra el turco hasta las sublevaciones carlistas, el hecho más heroico de nuestra historia en esta misión fue, indudablemente, la defensa que hicimos de la civilización cristiana en nuestra Guerra Civil, derrotando al bolchevismo rojo anticatólico impregnado de luciferismo. Ésa fue la verdadera esencia del Alzamiento Nacional de 1936.
Sin embargo, lo que constituyó nuestra grandeza se ha convertido también en nuestra tragedia, pues, ante esta importantísima misión que España ha jugado en la defensa de la fe, las puertas del infierno, las fuerzas del Mal, las hordas luciferinas siempre se han dirigido con especial virulencia contra nosotros, para arrasar en nuestro solar la Ciudad de Dios y reemplazarla por la Ciudad de las Tinieblas, ensayando en nuestra Patria el Armageddón final, lanzando contra nosotros todos sus apocalípticos jinetes, experimentando en España sus mortíferas armas satánicas, sus infernales legiones de monstruos del Averno, sabedores de que, si las altas torres de España caen, conquistarán fácilmente la civilización occidental, cayendo sus países uno tras otro en un perverso efecto dominó.
La ingeniería social luciferina del NOM sabe que su único enemigo es la fe católica, y por eso nos ha traído ya al Armageddón, que tiene como hecho principal lo que se podría llamar «la batalla de España». Y, detrás de los Rockefeller, de los Rothschild, los Morgan, los Ford… detrás del Banco Mundial, de Bilderberg, de la Comisión Trilateral, del CFR… está el Señor de las Moscas, Lucifer, el ingeniero supremo, el Anticristo, el creador de la sinagoga de Satanás.
No hay duda ninguna de que hemos sido y somos la vanguardia de las tropas celestiales, la falange que el cielo eligió para derrotar definitivamente al Señor de las Moscas en los desfiladeros de la historia. No podemos fallar, no puede haber error, porque el asedio a nuestros muros es total, y la ofensiva que contra nosotros ha desarrollado el globalismo luciferino es demoledora.
Pero ya no somos los mismos. Antes éramos un pueblo azul, gallardo y valeroso, que se alzaba como un solo hombre para defender su Patria, sus creencias y sus tradiciones ante lobos esteparios, ante psicópatas milicianos; ante quemaconventos, matacuras y violamonjas; ante energúmenos puño en alto que arrollaban las calles con su griterío lobuno, con sus aullidos de chacales que buscaban sangre católica fresca.
No… ya no somos los mismos, porque a partir del 78 la mafia del Club Bilderberg tomó las riendas de nuestra Patria para llevarla a las cloacas del NOM, descerebrando a nuestras gentes con una pavorosa educación laica que arrebató a Dios para siempre de muchas vidas; lobotomizando a la juventud en una orgía de porros, botellones y sexo fácil; lavando nuestros cerebros mediante una alevosa manipulación y tergiversación de nuestra historia, que demonizaba a la España franquista mientras glorificaba a la luciferina República golpista, convirtiendo en Arcadia de libertad lo que fue un horrible campo de exterminio de las derechas y los católicos; anestesiándonos y abotargándonos en un consumismo hedonista atroz, que nos succionó vampíricamente la energía, el valor, la integridad, la dignidad, el honor, la responsabilidad, el sacrificio, el esfuerzo, y hasta la inteligencia, hasta convertirnos en un rebaño ovino ignorante y cobarde, incapaz de luchar por sus ideales, porque no los robaron todos con su pernicioso relativismo.
La vida sólo tiene sentido si es para quemarla al servicio de una causa. Sin embargo, solamente el 16% de los jóvenes se alzarían hoy para defender a España. Y así nos va, con los orcos antiespañoles y anticatólicos convertidos en los dueños de los medios de comunicación, amparados además por el poder judicial, atacando a la Iglesia con sus blasfemias, con sus persecuciones, con sus medidas anticlericales, sus escraches y sus manifestaciones. Frente a eso, ni siquiera ponemos la otra mejilla, ya que no entramos tampoco al combate, sumidos en la indiferencia o la cobardía, y nuestra única rebeldía es protestar en las terrazas cerveceras, sin que nadie se atreva a ponerle cascabeles a estas alimañas infernales. Callan las derechas, calla la Iglesia, y el silencio de los corderos se hace ominoso y desolador.
Pero aún nos quedan héroes, como Ignacio Echeverría, que con su patinete intentó cambiar el mundo; como Javier Torres, un estudiante que creó una plataforma para defender el mantenimiento de la Cruz de Ribalta, la cual ha sido retirada, pero su reivindicación continuará en los tribunales; como los vecinos de Callosa del Segura, que llevan cien días relevándose para defender una Cruz de la piqueta del Ayuntamiento; como esos vecinos madrileños que siguen poniendo belenes en la puerta de Alcalá para protestar contra su supresión por parte del Ayuntamiento podemita; como esas multitudes que se manifestaron en Valencia para defender la enseñanza concertada de las zarpas anticatólicas de los podemitas… Como esas plataformas católicas que plantean una batalla sin cuartel contra las manadas infernales ―Alerta Digital, Hazte Oír, Abogados Cristianos, Centro Jurídico Tomás Moro, etc.―.
La oración es nuestra arma de destrucción masiva, qué duda cabe, pero ya va siendo hora de que los católicos utilicemos las mismas armas que esgrime la chusma anticatólica para atacarnos, y pasemos a la acción, para que sepan que estamos ahí, en las trincheras, en las barricadas, con la Cruz entre los dientes, levantando el brazo en alto con el rosario, firmando peticiones en los portales católicos, denunciando ante los tribunales sus blasfemas fechorías, concentrándonos ante las instituciones que pretendan atacar nuestra fe, tomando las calles para manifestar nuestra defensa implacable de la fe católica, y de los valores cristianos de nuestra Patria, boicoteando sus leyes anticristianas…
Una de las escenas que más me han impactado de la Guerra Civil es la heroica defensa que hizo de las iglesias de Jerez el requeté de Nuestra Señora de la Merced. El 14 abril de 1936, ante los rumores de que los milicianos iban a asaltar las iglesias, advirtieron al alcalde de lo que podía ocurrir. Ni cortos ni perezosos, defendieron a tiro limpio el convento de San Francisco. Al día siguiente, tres camionetas de guardias de asalto reforzaron a los incendiarios, pero el requeté dispuso a sus efectivos por todas las iglesias de Jerez, defendiendo a tiro limpio San Miguel, Santo Domingo, el Carmen, y las Reparadoras, siendo esta última la única que sufrió desperfectos porque el requeté se quedó sin munición.
A ese requeté pertenecía el joven de 20 años Antonio Molle Lazo, hecho prisionero el 10 agosto de 1936 mientras defendía la villa de Peñaflor. Los milicianos les torturaron salvajemente, masacrándole la nariz, cortándole lentamente las orejas, clavándole gruesos clavos en los ojos, rompiéndole huesos, con el fin de obligarle a gritar «¡Viva Rusia!». Sin embargo, Antonio no cesaba de repetir «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España!», grito con el que entregó su vida en martirio. Fue el primer mártir beatificado de la Guerra Civil, y su cuerpo incorrupto se encuentra en la iglesia del Carmen de Jerez, con fama de haber realizado muchos milagros a través de su intercesión.
No podemos utilizar la excusa de poner la otra mejilla para quedarnos inanes ante tanto asalto, tanto ataque, tanta persecución… el mártir es el que cae en combate, el que derrama su sangre en los coliseos gritando «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España!».
Basta ya de historia y de cuentos, basta ya de traiciones y cobardías… estamos en la hora de Marte, en el momento decisivo en que hay que plantear batalla sin cuartel a las mesnadas del infierno. La Jornada Nacional de Oración del sábado 24 debe ser un punto de partida, un momento de inflexión que marque el camino para una nueva cruzada de liberación de nuestra Patria, bajo la consigna del «ora et labora», es decir: recemos, claro, pero también hemos de laborar, de echarnos al monte en un maquis incontenible.
Citando otra vez a José Antonio, «España o es católica, o es satánica: no existe tal cosa como un pueblo laico».
No pasarán: al grito de «¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España!», España debe ser ―hoy como ayer― la tumba del luciferismo.
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