miércoles, 18 de diciembre de 2019

Tres obispos ‘compiten’ para ridiculizar la Iglesia


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Un modo seguro de ridiculizar a la Iglesia es secularizarla, es decir, privarla de su capacidad de juicio sobre el fundamento objetivo que es la revelación de Dios. Un ejemplo de esto nos lo están dando en estos días el cardenal Turkson y los obispos Paglia y Sorondo, dispuestos a uniformarse a la cultura dominante en sus intervenciones públicas.

(NBQ)- Hay un modo seguro para ridiculizar a la Iglesia y es secularizarla; es decir, privarla de su capacidad de juicio sobre el fundamento objetivo que es la revelación de Dios para basarlo en las opiniones personales que no son más que la mentalidad común. Es triste y ridículo ver a hombres de una cierta edad, vestidos de manera extraña (así ve el mundo la vestimenta clerical), ansiar la aprobación social y, para ello, lanzar opiniones que estarían igual de bien en la boca de un Roberto Saviano o un Fabio Fazio cualquiera. Y el mundo hace que se sientan importantes, porque valora mucho lo que dicen, los escucha de buena gana cuando dicen las cosas que todos quieren oír. Es más: los buscan, les hacen hablar, seguros y tranquilos ante una Iglesia que no sólo ya no representa una amenaza para la cultura dominante, sino que más bien se ha convertido en parte de ella. Y si hay alguno que todavía ofrece resistencia, bueno, será responsabilidad de estos “hombres de una cierta edad vestidos de manera extraña” marginarlos y garantizar al mundo que esos hombres están fuera de la comunión.
En el Vaticano hay diversos ejemplos de este tipo de hombres, que no pierden la ocasión para dejar en ridículo a la Iglesia. En estos días han sido tres de ellos los que han intervenido para confirmar este papel: el presidente del dicasterio para el Desarrollo Humano Integral, cardenal Peter Turkson; el presidente de la Pontificia Academia para la Vida, monseñor Vincenzo Paglia, y el canciller de las Pontificas Academias para las Ciencias y las Ciencias Sociales, monseñor Marcelo Sánchez Sorondo.
Monseñor Sorondo, che con sus Pontificias Academias ha trasformado el Vaticano en una especie de sucursal del WWF y de los lobbies ecologistas internacionales, desde hace tiempo ha ampliado sus tareas y se dedica a ridiculizar a la Iglesia también respecto a China. Saltó a la fama hace casi dos años cuando tuvo la ocurrencia de decir que la China popular es el país donde mejor se aplica la Doctrina social de la Iglesia (clicar aquí). Y lo decía dándose aires de experto en el tema, porque desde hace unos años guía la delegación vaticana que participa en las cumbres sobre el tráfico de órganos, cuestión acerca de la cual el gobierno chino, como todo el mundo sabe, demuestra una gran eficiencia: de hecho, los prisioneros, sobre todo los condenados a muerte, son reservas a buen precio de órganos que se ofrecen para cualquier necesidad. Está claro que monseñor Sorondo se ha tragado la historia de que esto sucedía en el pasado y que ahora China ya no hace estas cosas. El hecho es que para Sorondo, China se ha convertido en una filial del paraíso en la tierra, por lo que en los días pasados ha anunciado el próximo paso en las relaciones entre China y la Santa Sede: «Alcanzar un acuerdo para establecer relaciones diplomáticas».
Que este siempre haya sido el deseo de la Santa Sede, no hay duda de ello. Faltaría más. El problema es que se necesitan condiciones que hasta ahora China ha imposibilitado; y no es que haya cambiado de idea, todo lo contrario. Para hacer una afirmación de este tipo, Sorondo tiene que dar por descontado que el acuerdo provisional entre China y la Santa Sede, anunciado el 22 de septiembre de 2018 y aún envuelto en el misterio, está dando buenos resultados, que de verdad se ha creado una relación lo suficientemente madura como para justificar la confianza recíproca. Es lo que él dice. Sin embargo, como era previsible, los hechos le desmienten: la persecución de los católicos se ha intensificado y el acuerdo ha hecho que los sacerdotes y los obispos de la Iglesia “clandestina”, que no acepta que la Iglesia esté guiada por el Partido comunista, sean aún más vulnerables.
Pero a Sorondo -y no sólo a él- no le interesa nada de esto; él razona como lo haría cualquier jefe de Estado cínico: lo importante es el éxito político y si para esto hay que sacrificar a cientos de miles de personas -en este caso, hermanos-, abandonándolos en manos de un poder malvado, pues paciencia, es lo que hay.
En lo que respecta al cardenal Turkson, convertido al ecologismo radical -no se sabe si por convicción o por conveniencia-, ha dado un gran ejemplo de sus capacidades el pasado 12 de diciembre en la rueda de prensa de presentación del Mensaje del papa para la Jornada Mundial para la Paz. No sólo ha “bautizado” el movimiento de las llamadas “sardinas” (locura de la que hemos hablado en estos días, clicar aquí), sino que está entusiasmado con el papel de Greta Thunberg, definida «testigo del compromiso para el cuidado del medio ambiente y de nuestra casa común».
Ni siquiera se le pasa por la cabeza la sospecha de que Greta sea un muchacha manipulada de un modo muy hábil y cínico por los adultos que la rodean, y que la utilizan para sus objetivos ideológicos. Por otro lado, ya en otras ocasiones Turkson ha demostrado apoyar el ecologismo radical, que nada tiene que ver con la salvaguardia de la Creación según la doctrina católica. Hasta el punto que también ha abierto el camino al control de la natalidad en nombre de la defensa del medio ambiente (clicar aquí). Y en lo que respecta a Greta, Turkson ha compartido su (supuesto) razonamiento: «Greta nos está diciendo esto: “Estoy yendo al colegio en vista de un futuro que no se puede garantizar, porque no se cuida el medio ambiente”». De ahí la justificación de los viernes de huelga por el clima: es verdad, ¿qué sentido tiene ir al colegio para prepararse para un futuro que probablemente no existirá? Por lo que, prosigue Turkson, son primero los adultos, los políticos, los que deben garantizar un futuro (claro está, con políticas ecologistas) si quieren que los niños y jóvenes vayan al colegio. La verdad es que uno no sabe si reír o llorar ante esta argumentación: ver a un cardenal de una cierta edad que, en lugar de aprovechar la ocasión para recordar el don de la Creación y, sobre todo, al Creador, se hace discípulo de adolescentes que no saben distinguir las churras de las merinas y se convierte en adepto de la nueva religión es desolador.
En lo que respecta a Paglia, hemos hablado exhaustivamente en los días pasados sobre Judas y, sobre todo, el papel de los sacerdotes ante quienes piden, también religiosamente, ser asistidos en el suicidio. No hay mucho más que se pueda añadir.
Por desgracia, lo que nos dice el Señor y la tradición de la Iglesia sobre la vida, la dignidad de la persona humana, la Creación, la defensa de la libertad de la misma Iglesia, ya no es un tema que interese. Lo único que cuenta ahora son las conveniencias políticas y clericales, además del dinero con el que el príncipe del mundo recompensa a quienes se ponen a su servicio. Si por ellos fuera, pronto ya tampoco tendría sentido la existencia de la Iglesia, porque estaría homologada al Poder. Por suerte, nosotros sabemos que esto no sucederá nunca, porque siempre existirá un rebaño más o menos pequeño que seguirá siendo fiel al Señor y a la Verdad, aun a costa de la propia vida. Lo vemos en tantas situaciones de persecución, pero tampoco faltan los ejemplos cercanos a nosotros. Lo único que tenemos que hacer es pedir la Gracia de permanecer fieles a nuestra vocación y seguir a los verdaderos testigos de Cristo. Desde luego, no a Greta.
Publicado por Riccardo Cascioli en la Nuova Bussola Quotidiana.
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

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