Muchas repercusiones tuvieron las
manifestaciones de Susana Giménez - de cuya ignorancia ella misma hace alarde -
sobre la idea de enviar al campo a tantos que se hacinan en las grandes urbes,
sin poder lograr la más mínima integralidad de su vida y de su entorno.
Por supuesto que el hacinamiento
nefasto en las grandes urbes no es un hecho casual, sino que responde a la idea
perversa de acumular seres humanos en las metrópolis como una manera de
controlarlos de una manera más eficiente, con el objetivo de final de las
llamadas ciudades inteligentes, donde el control será sistémico sobre los seres
humanos.
Lo descabellado de esta persona
pública del espectáculo es que rompe o se opone a un sistema de alienación del
hombre del cuál no se podrá salir jamás.
Este personaje define el perfil
de lo que podemos llamar el "ignorante natural", el cuál sin haber
accedido al conocimiento y al sumun de lo posible que es la sabiduría, se
enraíza en el sentido común para dar una opinión sobre un hecho particular.
Este tipo de personaje se
encuentran en un sendero contrapuesto a todos aquellos que integran una categoría
que podríamos llamar "ignorante instruido", que es aquel que ha
tenido la posibilidad de acceder a una instrucción terciaria o universitaria de
una manera sesgada y ajustada específicamente a un quehacer particular, lo cual
le hace perder la visión del "todo", que es lo que permite pensar y
actuar con el universo como meta.
Como lo de Susana se suscribió
específicamente a la vida económica, es necesario hacer algunas reflexiones
para demostrar que no está tan desubicada en sus comentarios.
Las actividades en las cuales se
desarrolla una economía de cualquier tipo son tres: producción, distribución y
consumo.
Para distribuir hay que
producir, si se distribuye bien
tendremos un consumo digno.
Para que haya consumo digno,
deben darse varias circunstancias. Entre ellas que el ingreso sea acorde a las
necesidades de cada familia. Pero, a su vez, que las necesidades que afligen a
las familias sean legítimas, es decir, que no sean motivadas e impulsadas por
la publicidad espuria que lleva al consumismo desenfrenado que facilita el
accionar de las multinacionales.
Dentro de este esquema, y en una
economía natural, para que exista producción tiene que haber educación
afianzada en los principios que hacen grande una Nación.
Y entre sus premisas básicas, la
educación debe promover la cultura del trabajo.
Y el trabajo a su vez, se
consolida y se perfecciona con el activar el pensamiento humano, con ideas
creativas que se transforman en el avance tecnológico, que perfecciona la técnica,
todo bajo el manto de la sabiduría.
Pero en este proceso complejo de
producir, distribuir y consumir, esta dinámica impuesta sigilosa y progresivamente,
es un hecho manifiesto que produce un trastoque que no se percibe porque a la
medianía de la gente se le escapa en su comprensión.
Por el avance tecnológico la
producción crece y crece, muchas veces hacia destinos totalmente innecesarios.
Pero ese avance hace que también
sea cierto y palpable que cada vez son menos los destinados a producir.
Entonces muchos padecen el mal
endémico de la precariedad primero, de la desocupación después, y por último la
alienación final de un plan trabajar para poder subsistir.
A su vez, los que nunca pudieron
acceder a un trabajo, y esto va de
generación en generación, ya nacen alienados y se incluyen en esa nómina creciente de los beneficiarios
de planes.
Todo esto, además del desorden
natural, económico y social, favorece a los que desde las sombras han sabido
instaurar este sistema perverso, lo que les permite incrementar sus ganancias,
pues este despilfarro incrementa la maldita y mal habida deuda eterna.
Los beneficiarios directos de
estos desatinos son los conglomerados multinacionales, que no solo se apoderan de
las actividades primarias e industriales, sino también del comercio,
reduciéndose las actividades genuinas locales a pequeños e intrascendentes
minoristas.
Pero en esta correlación de las
actividades económicas primaria, industrial, comercial y servicios que
conforman el ansiado producto bruto interno, todas crecen y se enajenan, por lo
que lo que queda en la comunidad cada vez es más reducido.
Todo esto va en contra del orden
económico natural, y los progenitores de este sistema mundialista han sabido
tender los tentáculos para que desde los medios, la universidad y tantos otros
les rindan loas pese a que las comunidades cada día están en condiciones más deplorables.
Observando el gráfico precedente,
podemos decir que éstas, en general, son las actividades que nos permiten
sobrevivir como seres vivos.
Pero están todas estas
actividades, mal llamadas de trabajo improductivo, que también necesitan
sobrevivir como seres vivos, pero que no aportan nada para tal fin.
¿En un orden social y económico
natural que aportan Messi, Tinelli y tantos otros?
Con la evolución de ya no del
capitalismo, sino de este modelo de sociedad que procura exclusivamente la
acción, rechazando la contemplación, han ido surgiendo velozmente actividades y
más actividades que entretienen y distraen al hombre.
La modernidad ha logrado ya casi
definitivamente, no solo abandonar a Dios, sino directamente matar a Dios.
Y este es un camino ideado desde
siempre, lograr un enjambre de seres humanos dóciles, fieles aceptantes de las
propuestas que le van contaminando permanentemente, hasta que al final, sean
simples esclavos sumisos y obedientes.
Roberto
E. Franco
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