miércoles, 22 de enero de 2020

LA IGNORANCIA NATURAL DE SUSANA


Muchas repercusiones tuvieron las manifestaciones de Susana Giménez - de cuya ignorancia ella misma hace alarde - sobre la idea de enviar al campo a tantos que se hacinan en las grandes urbes, sin poder lograr la más mínima integralidad de su vida y de su entorno.
Por supuesto que el hacinamiento nefasto en las grandes urbes no es un hecho casual, sino que responde a la idea perversa de acumular seres humanos en las metrópolis como una manera de controlarlos de una manera más eficiente, con el objetivo de final de las llamadas ciudades inteligentes, donde el control será sistémico sobre los seres humanos. 
Lo descabellado de esta persona pública del espectáculo es que rompe o se opone a un sistema de alienación del hombre del cuál  no se podrá salir jamás.
Este personaje define el perfil de lo que podemos llamar el "ignorante natural", el cuál sin haber accedido al conocimiento y al sumun de lo posible que es la sabiduría, se enraíza en el sentido común para dar una opinión sobre un hecho particular.
Este tipo de personaje se encuentran en un sendero contrapuesto a todos aquellos que integran una categoría que podríamos llamar "ignorante instruido", que es aquel que ha tenido la posibilidad de acceder a una instrucción terciaria o universitaria de una manera sesgada y ajustada específicamente a un quehacer particular, lo cual le hace perder la visión del "todo", que es lo que permite pensar y actuar con el universo como meta.
Como lo de Susana se suscribió específicamente a la vida económica, es necesario hacer algunas reflexiones para demostrar que no está tan desubicada en sus comentarios.

Las actividades en las cuales se desarrolla una economía de cualquier tipo son tres: producción, distribución y consumo.
Para distribuir hay que producir,  si se distribuye bien tendremos un consumo digno.
Para que haya consumo digno, deben darse varias circunstancias. Entre ellas que el ingreso sea acorde a las necesidades de cada familia. Pero, a su vez, que las necesidades que afligen a las familias sean legítimas, es decir, que no sean motivadas e impulsadas por la publicidad espuria que lleva al consumismo desenfrenado que facilita el accionar de las multinacionales.
Dentro de este esquema, y en una economía natural, para que exista producción tiene que haber educación afianzada en los principios que hacen grande una Nación.
Y entre sus premisas básicas, la educación debe promover la cultura del trabajo.   
Y el trabajo a su vez, se consolida y se perfecciona con el activar el pensamiento humano, con ideas creativas que se transforman en el avance tecnológico, que perfecciona la técnica, todo bajo el manto de la sabiduría.
Pero en este proceso complejo de producir, distribuir y consumir, esta dinámica impuesta sigilosa y progresivamente, es un hecho manifiesto que produce un trastoque que no se percibe porque a la medianía de la gente se le escapa en su comprensión.
Por el avance tecnológico la producción crece y crece, muchas veces hacia destinos totalmente innecesarios.
Pero ese avance hace que también sea cierto y palpable que cada vez son menos los destinados a producir.   
Entonces muchos padecen el mal endémico de la precariedad primero, de la desocupación después, y por último la alienación final de un plan trabajar para poder subsistir.
A su vez, los que nunca pudieron acceder a un  trabajo, y esto va de generación en generación, ya nacen alienados y se incluyen  en esa nómina creciente de los beneficiarios de planes.
Todo esto, además del desorden natural, económico y social, favorece a los que desde las sombras han sabido instaurar este sistema perverso, lo que les permite incrementar sus ganancias, pues este despilfarro incrementa la maldita y mal habida deuda eterna.
Los beneficiarios directos de estos desatinos son los conglomerados multinacionales, que no solo se apoderan de las actividades primarias e industriales, sino también del comercio, reduciéndose las actividades genuinas locales a pequeños e intrascendentes minoristas.
Pero en esta correlación de las actividades económicas primaria, industrial, comercial y servicios que conforman el ansiado producto bruto interno, todas crecen y se enajenan, por lo que lo que queda en la comunidad cada vez es más reducido.
Todo esto va en contra del orden económico natural, y los progenitores de este sistema mundialista han sabido tender los tentáculos para que desde los medios, la universidad y tantos otros les rindan loas pese a que las comunidades cada día están en condiciones  más deplorables.

Observando el gráfico precedente, podemos decir que éstas, en general, son las actividades que nos permiten sobrevivir como seres vivos.


Pero están todas estas actividades, mal llamadas de trabajo improductivo, que también necesitan sobrevivir como seres vivos, pero que no aportan nada para tal fin.
¿En un orden social y económico natural que aportan Messi, Tinelli y tantos otros?
Con la evolución de ya no del capitalismo, sino de este modelo de sociedad que procura exclusivamente la acción, rechazando la contemplación, han ido surgiendo velozmente actividades y más actividades que entretienen y distraen al hombre.
La modernidad ha logrado ya casi definitivamente, no solo abandonar a Dios, sino directamente matar a Dios.   
Y este es un camino ideado desde siempre, lograr un enjambre de seres humanos dóciles, fieles aceptantes de las propuestas que le van contaminando permanentemente, hasta que al final, sean simples esclavos sumisos y obedientes.   
                                                                                                                             Roberto E. Franco

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