
Ha terminado el viaje a Irak del Papa Francisco y reconoce que: «Nunca he estado tan cansado», después de un año de verdadero encarcelamiento, encerrado en el Vaticano sin ni siquiera un niño para una conversación extraoficial. El viaje se ha centrado en la paz, el diálogo con el Islam chiíta, y la ‘migración’. Todos recordamos el derecho a no emigrar de Benedicto XVI, el Papa Francisco acusa al odiado primer mundo de no reconocer el ‘derecho a migrar’. Se olvida, y se guarda un clamoroso y culpable silencio, sobre las causas que obligan a tomar la dolorosa decisión de abandonar la propia tierra. Gobiernos desastrosos, guerras provocadas, esclavitud internacional y curiosas teorías de mundos llenos de puentes y sin muros. Ahora nos apuntamos a que: «La migración es un doble derecho: el derecho a no migrar, el derecho a migrar». En los argumentos del Papa Francisco se cae continuamente en el error que mezcal casos particulares, buenos o malos, para justificar sus argumentos. Es evidente que tenemos inmigrantes integrados y maravillosos, lo que no se puede afirmar de todos, y otros que son terroristas asesinos, y tampoco lo podemos decir de todos. El Papa Francisco cae en argumentos políticos de lucha de clases, ‘migrantes’ buenos, países occidentales malos, que no se sostiene.
Si los argumentos en el caso de la ‘migración’ no soportan un superficial juicio crítico, no digamos cuando entramos en la ‘doctrina’. En la rueda de prensa de altura reconoce que algunos en la Iglesia lo acusan de ir más allá de la doctrina: «Estas decisiones se toman siempre en la oración, en el diálogo, pidiendo consejo, en la reflexión». Tenemos la impresión de que al Papa Francisco piensa que la ‘doctrina’ el algo que puede cambiar y que todo puede ser bueno o malo dependiendo de las circunstancias. Si todo puede ser bueno, nada es bueno, este es el problema; si todas las religiones son buenas, no hay ninguna buena; si todas son verdaderas, ninguna es verdadera. En el fondo, nos quieren llevar por la pendiente de la religión universal masónica que es la única buena y solo serán buenas las religiones que se integran en este marco. La herejía no es una broma, mucho menos una valentía, valentía es defender el ‘Camino, la Verdad y la Vida’ hasta el martirio. La herejía es el error y la mentira, jugar con esto, por mucho que se nos venda como límites que no se traspasan, es entrar en un mundo de confusión impropio y muy alejado de lo que significa el ser la ‘roca de la fe’. No tiene mucho sentido juguetear con el precipicio cuando poseemos el esplendor de la Verdad.
Y la tercera en la frente: “El documento de Abu Dhabi del 4 de febrero se preparó con el Gran Imán en secreto, durante seis meses, rezando, reflexionando y corrigiendo el texto. El camino de la hermandad es importante, luego salió «Hermanos todos». ¡Eres humano, eres un hijo de Dios y eres mi hermano, punto!» . Siempre nos han enseñado, parece que engañandonos durante siglos, que somo hijos de Dios por Jesucristo a través de bautismo. Si todos somos hijos de Dios ¿qué sentido tiene la conversión?, ¿para qué predicar el evangelio?. Quizás hemos de cambiar los textos sagrados y hacer desaparecer que: “Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Esta hermandad que se predica es propia de obediencias masónicas y poco tiene que ver con la filiación divina.
El vacío creciente de nuestras iglesias está haciendo a muchos católicos, y a muchos sacerdotes, preguntarse qué estamos haciendo mal. Causas externas las hay y no son menores, pero no tiene sentido el pasarnos la vida buscando culpables y haciéndonos los mártires. Valli no trae un breve artículo de cómo muchas sacerdotes y fieles, gracias a Benedicto XVI, están descubriendo la celebración de la Misa con el llamado rito tradicional. Estamos perdiendo de vista de que la Misa es la renovación del sacrificio de la cruz en forma incruenta con el sacerdote in persona Christi, que debe dirigirse coram Deo, porque el centro de la liturgia está Nuestro Señor, no hay sacerdote, no hay pueblo. El odio a nuestra historia, el odio a la belleza, el odio y rechazo de las cosas sagradas es militante. Se nos pide apreciar, y reconocer como ‘verdaderas’ las cosas más peregrinas, incluida la pachamama, y se odia el Credo, Sanctus, Agnus Dei, Gloria, los himnos seculares, Alma Redemptoris Mater, Ave Regina coelorum, Salve Regina, Regina coeli. Somos capaces de arrodillarnos ante cualquier cosa, pero está muy mal visto arrodillarnos ante Nuestro Señor Jesucristo presente en la Eucaristía en cuerpo, sangre, alma y divinidad. Está es la clave que estamos olvidando.
Y seguimos en el sórdido mundo del Vaticano con una verdadera guerra en los medios por el caso Becciu. Los favorables afirmando que «El cardenal, hombre íntegro y sacerdote de la cabeza a los pies, fue degradado y expulsado de la Santa Sede como ladrón empedernido a la velocidad de la luz. En verdad, el escándalo es un montaje gigantesco en el que L’Espresso jugó un papel fundamental y trabajó para que Becciu fuera apedreado en beneficio de otras figuras que escaparon de la justicia». No dudamos que detrás del caso Becciu hay una guerra interna, como otras, tantas, muchas orquestadas por el mismo Becciu en su dilatada carrera. Defenderemos siempre el derecho de Becciu, y de todos los acusados, en este caso y en cualquier otro, a defenderse en un tribunal libre y con la posibilidad de elegir su propio abogado defensor. Becciu ha descuidado sus golosas espaldas después de los desaguisados que pueblan su ascenso en los sacros palacios. Ha dejado muchos enemigos por el camino a los que ha infravalorado y que están dispuestos a utilizar toda la artillería contra el cardenal defenestrado. En este caso, los cadáveres del cardenal conocen muy bien el universo vaticano en el que se mueven y han jugado sus cartas con gran éxito. No hablamos de justicia, imposible en el Vaticano, sino de guerra de bandas, la prensa es un arma más y Becciu bien lo sabe.
San Francisco fue a visitar al sultán no para comer una mariscada y darse unos abrazos. El sultán dijo a sus siervos: “Llámenme a los filósofos, para que por su juicio quede claro si éste enseña según la fe o pretende más bien extraviar la fe”. El único relato detallado sobre este episodio está firmado por san Buenaventura: «Francisco, tras ser capturado por los sarracenos al tratar de franquear sus líneas pide una audiencia con el sultán y se la conceden. El sobrino de Saladino le recibe con gran cortesía, pero esta visita es considerada un fracaso, ya que el santo no ha conseguido convencer al sultán de la validez de la religión cristiana. Ni tampoco obtuvo la palma del martirio». San Francisco recomienda a “Los hermanos que viven entre musulmanes y otros no cristianos que pueden contemplar su función espiritual de dos maneras: o bien no hacer ni censuras ni disputas, ser sumisos a toda criatura humana a causa de Dios y confesar simplemente que son cristianos; o bien, si ven que esta es la voluntad de Dios, anunciar la Palabra de Dios con el fin de que los no cristianos crean en Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Creador de todas las cosas, y en su Hijo Redentor y Salvador, que se hagan bautizar y se conviertan en cristianos”.
Lo que nunca olvido el sultán fue la sonrisa de Francisco, su dulzura y su fe sin límites.
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?»
Buena lectura.
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