¿Estás? ¿No
estás?
Pilato le dijo: «¿Entonces tú eres rey?».
Jesús respondió:
«Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he
nacido y he
venido al mundo: para dar testimonio
de la verdad.
El que es de la verdad, escucha mi
voz».
Pilato le preguntó: «¿Qué es la
verdad?». Al decir
esto, salió nuevamente a donde estaban
los judíos y les dijo:
«Yo no encuentro en él ningún motivo
para condenarlo.
Jn 18, 37-38
¡Por supuesto que estás!
Estás, con tantos niños
como Blas, un ángel que recogiste de este desintegrado mundo, y también en
tantos niños masacrados injustamente por la guerra. Pareciera que no valen nada
para los satanistas de este mundo.
Tiempos difíciles para el
hombre, la humanidad toda y sobre todo para ti, Cristo.
¿Qué pasa contigo?
Lo tengo claro, en esta
puja entre el Bien y el Mal, la modernidad sojuzgada por tantos inicuos ha
logrado desalojarte del lugar que mereces.
Llega la Navidad, y todavía
muchas pompas florecen a diestra y siniestra, pero por lo bajo, pese a tanta
alharaca, tu mensaje dos veces milenario se va disipando, se va escondiendo, y
lo más grave, se va alterando.
¿Tanto poder de seducción
tiene el mundo?
Y sí, no es espontáneo, fue
progresivo, lento y pausado, celosamente programado, como en lo mundano sucedió
con la estafa milenaria de los bancos.
Y éstos con su poder omnímodo
son artífices directos del embelesamiento del mundo con triunfos efímeros, con
alegrías fugaces, con consumismo desenfrenado, con la adoración de ídolos de
barro, y porque no, la seducción y el apego eterno – ojo en esta tierra – al
dinero.
Esto es lo de afuera, lo
del mundo, de los que no se conmueven con tu historia, con tu Mensaje, les da
lo mismo y lo acomodan a su antojo.
Vivimos tiempos de cambios,
donde nada de lo eterno queda en píe. Ese pasado radiante con sus grandes
ejemplos en la vida familiar y sus grandes encíclicas y documentos de
dignatarios de la Iglesia que fortalecían la doctrina de Cristo de dos mil años
de existencia, se esfumaron.
Tiempos confusos,
imprecisos, ambiguos, contemplamos y vivimos en la Iglesia de Cristo.
Es como si todo lo hecho,
lo delineado dogmáticamente durante dos mil años se hubiera desactualizado,
hubiese quedado fuera del mundo, porque quizás sea más productivo quedar bien
con el mundo antes que con Cristo.
¿Cuál es la misión básica
de la Iglesia?
¿Adecuarla al mundo, o
generar el camino propicio en el orden natural para que todos conozcan a Cristo
y logren la salvación?
La respuesta es obvia.
Mucha alteración se
percibe, se vive desde mediados del siglo pasado, y sin entrar en lo dogmático,
en lo profundo, se puede alentar un diagnostico locuaz desde la confrontación o
adecuación al progresismo que adopta el mundo.
Las modas se imponen y
marcan tendencia, pero adecuarse a las mismas implica un riesgo, pues muchas de
ellas no son veraces o están envueltas en errores causados.
La Iglesia promueve el amor
como legado máximo de Cristo, pero si éste no se apoya en la Verdad ese amor
será chirrío, fofo, amorfo.
Y como la Verdad de la
Iglesia es absoluta, al querer alagar al mundo, es viable que su destino sea
asolado por los extravíos.
Roberto E. Franco
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