| 12 mayo, 2020
El pasado 12 de abril, el Santo Padre escribió una carta a los movimientos populares en las que abogaba por un ‘salario básico universal’. El día de san José Obrero, el 1 de mayo, el Padre Abad de Le Barroux, Dom Louis-Marie, comentó esta iniciativa en su homilía.
Homilía por la solemnidad de san José
Sainte-Madeleine du Barroux, 1 de mayo de 2020
por el Padre Abad Dom Louis-Marie
Mis queridos Padres,
Mis queridos Hermanos,
Queridos fieles,
Recientemente el Santo Padre ha confirmado su apoyo a un “salario básico universal”. Algunos utópicos han comentado este tema evocando la idea de un “ingreso básico universal”, que no es para nada lo mismo. El salario es la contrapartida de un trabajo. Un ingreso es una renta, una pensión, una ayuda, pero sin contrapartida. Ese proyecto de ingreso básico universal consistiría pues en transferir una suma de dinero a todo el mundo sin contrapartida alguna. Lo que serían buenas noticias para nosotros, porque creo que incluso los monjes y sacerdotes podrían tener esos ingresos. Idealmente sería pues una buena seguridad básica que permitiría a cada individuo recibir del Estado una cierta autonomía y, por lo tanto, no depender ni de un jefe, ni de un marido, ni siquiera de un trabajo. Sería el amanecer de una libertad mayor y mucho menos cansada. Pero también serían los primeros destellos de un apocalipsis humano y social porque sería algo casi contra natura.
En primer lugar, porque el trabajo en sí mismo no es una alienación. No es el trabajo lo que convierte al empleado, al obrero, al artesano en un esclavo, sino las condiciones de ese trabajo: cuando son demasiado duras, cuando dura demasiado tiempo, cuando está lo suficientemente remunerado.
El trabajo en sí mismo es una vocación a colaborar con el Creador. Se puede incluso decir: “ser co-creador”. A través del trabajo, el hombre puede adquirir una verdadera independencia, una verdadera libertad, incluso frente al Estado. A través del trabajo, el hombre se cultiva, se desarrolla, se eleva, por el conocimiento práctico y por otras virtudes como la fortaleza o la paciencia. El trabajador se eleva, se eleva y permanece arraigado en lo real que impone siempre sus condiciones.
A través del trabajo, el padre puede subvenir a las necesidades de su familia y, como muchos santos laicos lo han hecho, ayudar a los necesitados.
Y aquí es a dónde realmente quiero llegar. Con un ingreso básico universal, la sociedad se hundiría terriblemente en el individualismo. Cada uno tendría su peculio, el padre, la madre, ¿por qué no los hijos? ¿Independencia? No. Egoísmo. Sí.
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Hoy celebramos a San José como Esposo de María. Es lo que he leído en los libros litúrgicos. San José trabajó y ganó dinero. Y de este modo proveyó las necesidades de la Sagrada Familia. María no ejerció un oficio remunerado y sin embargo es quien hizo más para la salvación de las almas y del mundo. La Sagrada Familia no se define por la independencia de los individuos, sino por una alianza de personas, cada una en su lugar.
En una comunidad monástica vivimos un poco de este misterio de la alianza.
Algunos trabajan en empleos remunerados: la panadería, la fábrica de aceite, el cultivo de las viñas y los olivos, la librería y, especialmente en estos momentos, la tienda “online” que está un poco desbordada de trabajo en este periodo de contención. Y también tenemos el negocio de la hostelería, que da un poco de dinero.
Otros trabajan en servicios no remunerados: la cocina, la enfermería, la bodega, el ropero, la fontanería, la electricidad. Otros se consagran un poco más al estudio y a la formación espiritual y teológica. Y otros al arte. Así que formamos una familia. Y cada uno es miembro de esta familia en la medida en que participa en la subsistencia de la comunidad. El catecismo dice bien que “ningún cristiano, por el hecho de pertenecer a una comunidad solidaria y fraterna, debe sentirse con derecho a no trabajar y vivir a expensas de los demás” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Pontificio Consejo de Justicia y Paz, 2004, Nº 264). Que San José nos conceda la gracia de resistir la tentación del parásito.
Pero seremos una verdadera familia si vivimos este trabajo con un espíritu de alianza, como san José y la Virgen María, sin rivalidades, sino con espíritu de servicio. Y lo que intentaremos vivir al máximo en el trabajo lo aplicaremos a la oración, que es un ejercicio y un trabajo. La oración por la Iglesia y la oración por las almas, por todas las almas. La salvación de las almas tiene un precio. Nosotros los monjes rezamos todos los días, llevando el peso de este servicio para ganar ese premio.
Y lo haremos con San José, patrón universal de la Iglesia, artesano, trabajador, lo haremos por aquel salario que es la salvación de las almas, un salario universal para todas las almas.
¡Amén!
*La abadía de Sainte-Madeleine du Barroux, también conocida como la Abadía de Le Barroux, es una abadía benedictina tradicionalista situada en el sureste de Francia.
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