Relacionado con “LA DESILUSIÓN . . . ¿UN FRACASO?” me parece correcto incursionar sobre esta
grave disyuntiva del hombre entre el Ser y el tener.
El Ser apunta a la contemplación,
y el tener a la acción.
No se excluyen, se complementan armoniosa y equilibradamente.
El Ser ansía conocer la verdad.
El tener, a satisfacer las
necesidades que el hombre y la comunidad tiene o va teniendo. Estas pueden ser
legítimas o ilegítimas, estas últimas inducidas a través de la publicidad.
El problema del hombre, cuando se
siente insatisfecho, abatido, está
relacionado precisamente a ese desequilibrio apuntado.
¡Qué misterio el hombre!
A medida que avanza el tiempo,
ese tambaleo es más notorio, pues existen muchas organizaciones que persiguen
el fin de disolver la esencia del ser, para que solo sea un ente que consume y
no piense y de esa forma sea domesticado y sometido.
A ese hombre, podríamos desunirlo en varios
componentes en aras de entender su proceder.
Primero lo material, por lo cuál el hombre debe comer, vestirse y tener un
techo en primera instancia – esto fue lo básico durante muchos siglos – pero
luego fueron apareciendo otras necesidades que le fueron dando un mayor
bienestar.
Esta es la dimensión de la acción,
del hacer, básica y elemental para subsistir.
Luego las dimensiones que hacen
al Ser, a desarrollar todo aquello que lo enriquezca y que le dé la posibilidad
de sentirse pleno y sereno.
Lo espiritual, acceder a la educación que consiste en la formación
integral del hombre. Se contrapone a la instrucción que se afana en preparar al
hombre en un oficio o profesión con el único objetivo de agudizar el apetito
material. Los resultados están a la vista.
¡Esto no es educación!
Dentro de este ámbito ingresan el
ocio sano, creativo, la cultura, el arte, la avidez por la búsqueda de la
verdad y el bien.
La dimensión religiosa, cuando se la
asume dignamente, provoca una avidez por la contemplación que conmueve en su
integridad a la persona. Se valorizan sobre manera los valores inmutables,
aparece el sosiego, la paz, el reposo.
Para finalizar la dimensión
social, imprescindible para desplegar las relaciones humanas.
Emana de la educación y la
cultura.
Para asumirla en plenitud se
necesita el logos o sea la posibilidad de poder comunicarse a través de la
palabra, el pensamiento y la razón.
Para tener logos es esencial la
cultura, pero también tienen logos y dialogan sabiamente aquellos que sin tener
acceso a la educación, están impregnados de la sabiduría natural por vivir en
un entorno virgen o no contaminado por el materialismo.
El logos es necesario para que
haya diálogo. Si esto es una realidad, no son necesarias tantas negociaciones y
pactos que solo contribuyen a enmarañar la verdad.
¡Este es el gran problema de
nuestro tiempo!
Un diálogo entre un escritor brillante
y un analfabeto rural conmueve y
emociona por tanta riqueza espiritual
que enaltece a ambos. El iletrado supera su carencia con la sapiencia natural, el
conocimiento y el amor al orden natural al que admira a diario y respeta.
De este desequilibrio surgen las
diversas desviaciones humanas, a que hacía referencia en “LA DESILUSIÓN . . . ¿UN FRACASO?” y que dificultan la vida familiar, social y
empresarial.
Las consecuencias no son halagüeñas.
Por un lado. Inmerso en lo inmediato, en el accionar, observa solo su problema,
desestima el universo en que se mueve, hacia donde lo acarrean. La segunda, es
que, en el momento menos pensado todos sus afanes y acopios, desaparecerán como
por arte de magia.
Porque al irse no se lleva nada
al más allá y por otro, porque los poderosos del mundo están cerca de quitárselo
todo, y hacerle un esclavo para siempre.
¡Despierta! No te afanes tanto regando tu árbol, y mira como el bosque desfallece penosamente.
Roberto E. Franco
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