A medida que nos vamos
sumergiendo, sin salvavidas, en el siglo XXI, observamos con pesar algunas
manifestaciones que demuestran lo que muchos promotores de la globalización
anhelan: la pérdida total de ubicuidad en el mundo en que vivimos, distraídos
con pasatiempos fugaces.
En tres cuartos de siglo, ha
cambiado tanto el mundo que, pese a haber aumentado la “instrucción”, ha caído
estrepitosamente la cultura, la educación y los valores morales.
Al caer la fe, al disminuir la
austeridad y al crecer el individualismo y el afán desenfrenado de ganancias y
riquezas, hace que el hombre se vaya convirtiendo, aunque parezca mentira, en
un lobo del hombre mismo.
Antaño, a mediados del siglo
pasado, lo que regía las relaciones humanas era el orden moral sustentado en la
Fe, que aunque no fuera práctica, siempre estaba presente en las decisiones
personales y familiares.
El hacer lento y cansino
definía una impronta que daba tiempo suficiente para el contemplar y el hacer
cosas valederas en el entorno familiar y comunitario.
De todo esto, se destaca
firmemente el quehacer económico, que estaba regido por los mismos
principios.
Tomando el tema del campo, la
esencia del hacer, del trabajo campesino era la “espera”.
Si, la espera a que la
naturaliza fuese pródiga y beneficiosa con el clima que muchas veces es esquivo.
Si todo andaba bien, el
regocijo mesurado era lo común en esta gente tan sacrificada.
Millares de pequeñas
extensiones de campo y chacras crecían al unisonó del esfuerzo cotidiano del
padre, la madre y muchas veces los abuelos, acompañados por innumerables hijos
que crecían espiritualmente. Todavía no tenían injerencia ninguna de estas
organizaciones mafiosas que todo, con el poder del dinero, lo han corrompido.
En las ciudades, las familias sobrevivían,
unos mejor que otros, pero todos sobrevivían sin sobresaltos, y cuando aparecía
una época de escasos ingresos, ahí estaba el almacenero de barrio, el tendero,
el zapatero que siempre daban una mano solidaria, soportando ellos también las
penurias temporarias.
¡Anda pídele a una
multinacional, las que fueron trayendo de a poco y en silencio, - los políticos
de turno - que te fie hasta el mes que
viene!
Entraron con la complicidad de
gobiernos sumisos a las elites, de a poco y lentamente y así se fueron
“comiendo” de a uno, lentamente, los reconocidos comercios que templaban el
equilibrio comunitario.
Gualeguaychú llegó a tener más
de quinientos almacenes y despensas, además de tiendas, zapaterías y tantos
otros negocios.
El trabajo era familiar, el
descanso era placentero, el ocio era estimulante para la faz espiritual de los
seres humanos.
Todo eso se fue perdiendo, y no
es casualidad.
Hasta el más ignorante tenía la
convicción y el saber natural de lo que pasaba en el mundo.
Hoy se sabe mucho más cuantos
goles, que hace y que compra, y como exterioriza su bienestar Messi, a que
saber, entender e interpretar la tormenta que se viene encima detrás de la Agenda
2030, las energías renovables, la moneda digital, el transhumanismo y otros que
nos sumirán en la más oscura esclavitud de la historia.
Lo bueno, es que será la peor
esclavitud, pero nadie se dará cuentas y todos “estarán felices”.
No debemos olvidar que tanto
Messi como la Reina de Holanda, son de los pocos argentinos que son empuñados
por la elite, los demás no somos más que un número inservible a los que se nos
debe mantener con comida basura, juegos estúpidos y drogas según Yuval Noah Harari.
¿Estaré tan lejos de la
realidad?
Roberto E. Franco
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