En este debate que se produce sobre el llamado parque industrial
sustentable – “Contrapunto” -, me voy a referir a los fundamentos de la
creación del PIG, ya a días del medio
siglo de la creación de la Corporación del Desarrollo de Gualeguaychú.
Lo que es fundamental en toda investigación es tener en cuenta la
función del estado en una comunidad regida por la impronta del orden natural. Para
poder decir que existe comunidad.
No existe este orden cuando el individuo pacta y subordina directamente
a un estado débil y precario, libremente movilizado por la ley de la oferta y
la demanda, donde sin la ley de reciprocidad rige la jungla. Esto es lo propio
del liberalismo.
Tampoco existe dicho orden cuando el estado todo lo decide y subordina
al hombre a sus intereses, creando una sociedad amorfa y dependiente, caso
concreto del marxismo con todos sus adláteres.
La creación de la Corporación de Desarrollo de Gualeguaychú se rigió
por los principios esenciales del orden económico natural. Está en sus
objetivos fundantes.
Un grupo de hombres inquietos y deseosos del bien común de la ciudad,
integrantes de varias instituciones, generaron la idea y con el apoyo
incondicional del poder político, - esto fue fundamental, el estado es aliado
de las instituciones, de ahí que el intendente es el presidente nato de la
entidad - en aquel entonces, fueron avanzando en la realización de sus
ideas.
No conozco los fundamentos de la creación del parque industrial
sustentable, pero lo que sí entiendo, es que constituye una superposición de
acciones donde el estado, salteando las sociedades intermedias, crea un ente
que compite con algo que ya existe y que en última instancia supone una
superposición de esfuerzos.
Lo de sustentable puede tomarse como una declamación semántica de
adhesión a lo que imponen los poderosos, desde el Foro de Davos, Naciones
Unidas y otros foros para provocar la inanición de la actividad industrial,
exigiendo el pase a las energías renovables, fundado en el maquiavélico
calentamiento global.
En la sociedad orgánica, y aquí recuerdo a un gran vicepresidente de
la Corporación, que desde su función siempre defendía con fundamentos sólidos,
– Chichito Lapalma – que el estado jamás debe ignorar el bien común comunitario,
no dejando en manos de los individuos anárquicamente la vida comunitaria, ni
tampoco el sometimiento forzoso de la sociedad.
Para estar ordenado al mismo, como debe ser, se requiere la aceptación
y aplicación de principios esenciales.
Todo comienza y debe germinar desde la sociedad básica de la comunidad
– la familia -, y de ahí seguir con la infinidad de entidades intermedias que
se van agregando jerárquicamente.
Y aquí viene lo importante.
Cuando éstas por diversas razones no pueden llevar a cabo sus
iniciativas, por el bien de todos, el estado debe aparecer en auxilio y crear
las condiciones – auxiliar e incentivar - para que las mismas, se hagan
efectivas. Pues son actividades inherentes a la vida privada. Este es el
principio de subsidiariedad.
Y en el último de los casos, cuando los particulares no están en
condiciones de llevar a cabo tal o cual obra imprescindible para la comunidad,
aparece el principio de supletoriedad, por el cual el estado debe realizar este
emprendimiento ineludible por el bien de todos. Este no es el caso del parque
industrial sustentable. Ello provoca una superposición de emprendimientos,
máxime en tiempos en que los recursos son escasos.
En estos tiempos en que la llamada grieta se mueve viciada entre las
políticas públicas y el libertarianismo, es necesario decir, guste o no, que
las naciones se hicieron grandes – desde lo económico - al influjo del respeto
del orden económico natural.
De un lado y del otro, los que se comen el plato de la boda son los
mismos que crearon impunemente estas ideologías
No olvidemos que tanto Adam Smith como Carlos Max trabajaban para el
mismo patrón – la Compañía de Indias Orientales – y el primero incentivó la
hegemonía de las finanzas, y el segundo, raro no, nunca las atacó.
Todo lo demás es cháchara adherida a la narrativa que nos quieren
imponer para someternos impunemente.
Roberto Franco
Esta nota fue enviada a
diario El Día pero no se publicó. Es en repuesta a “contrapunto” entre el
presidente de Codegu y el Dr. Martín Britos.
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