Si nuestra
imaginación incursionara en los imposibles e imagináramos un mundo utópico sin
seres humanos, la ciencia económica (economía clásica) sería un elixir de lo
necio.
Más aún, si
imaginaremos un mundo sin seres humanos, pero con una gama infinita de robots,
esa ciencia económica lograría su cometido siniestro.
Lo que
subrepticiamente esconde la ciencia económica vigente es imponer en
universidades y gobiernos democráticos de cualquier naturaleza, una visión del
hombre que se ha ido imponiendo desde siglos atrás. Lutero, Calvino, Revolución
Francesa, liberalismo, marxismo y globalización imponen esa concepción del
hombre - con fuerte contenido ecológico
- que ve al hombre como un habitante más - y dañino - de la Madre Tierra.
Por lo tanto
todos los postulados de la ciencia económica fundados en las ciencias exactas
son falsos y falaces.
Ahora bien,
si aceptamos que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, la
consecuencia es inversa, y en el plano de lo económico desaparece la visión
materialista y hedonista de la economía, para pasar a operar con sencillez el
orden económico natural al cuál tanto temor y odio le tienen los promotores de
este desquicio antinatural.
El objeto de
toda ciencia es la verdad, que es el fin la inteligencia, en tanto que el bien
es el fin de la verdad.
Pero hay dos
tipos de ciencias:
Las especulativas o teóricas, que alcanzan su fin en sí
mismas como la metafísica, la física y la matemáticas.
Las prácticas
se ordena a un fin superior, tendientes siempre al bien del hombre.
Por lo
expuesto, deducimos que la ciencia económica es una ciencia práctica. Debe
procurar un bien al hombre, pero este bien debe estar ordenado a un bien
superior.
Bajo esta
concepción se evita lo propio de la ciencia económica sometida al naturalismo
filosófico, que solo se ocupa de la satisfacción de las necesidades materiales.
Siguiendo a
Santo Tomás, lo útil es objeto de la economía; pero lo útil está regido por la
Moral y se identifica con lo honesto.
Ahora podemos
entender los grandes problemas que padece la Argentina y el mundo, que no son
problemas económicos, más bien muchos sí, porque esa economía identificada con
las ciencias exactas no hace más que exacerbar el hedonismo y la concupiscencia apartándose ilegítimamente del Bien Común.
La realidad
nos exhibe el fracaso de esta ciencia económica, la que con su hálito de
sobrenatural, siembra a su paso pobreza, marginalidad, y lo que es más grave,
la indiferencia ante los padecimientos de muchos seres humanos.
¿Qué hace falta para reconocer la infamia de
esta ciencia económica?
Por un lado,
la independencia de los economistas de los centros hegemónicos, para inundar
los claustros de economía natural, simple, verdadera y solidaria.
Por otro
lado, la valentía de quienes transitan el campo de la economía para aceptar el
fracaso inducido de esta maraña, dejar de lado el horizonte plagado de
iniquidades, levantar la mirada y encontrar en lo alto el enigma que nos
demuestre que el hombre, con sus virtudes y defectos, es el centro del
universo.
Roberto Franco
9.6.22
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