Veinte años han pasado de una tragedia que enluta y conmueve, y pudo y debió ser evitada.
¿Por qué sucedió?
Porque en la Argentina como en todo el mundo occidental, en decadencia terminal, se fueron dejando de
lado los valores esenciales que hacen a una sociedad orgánica.
Sucedido este hecho, un obispo encumbrado se puso al frente de la
ayuda y la recuperación de tantos seres afectados por la tragedia.
Pero viniendo de la Iglesia, además de la valiosa ayuda, se debió
analizar y atacar las causas de tamaña desventura.
Y eso no se hace nunca, todo se resuelve en los efectos pero nunca en
las causas.
Porque los efectos seducen a ser solucionados, pero las causas no se
tocan, los “intereses” no se violan.
¿Cuáles serán los motivos?
Es evidente que hay muchos, por un lado la demagogia que trata de
paliar el problema, se remienda la situación, aunque no importe que la rotura
se produzca en otro lugar y al muy corto tiempo se repite la situación.
Por otro lado, se evita coaccionar sobre los ámbitos donde
generalmente se producen estos hechos bochornosos.
Se podrían enumerar infinitos efectos que van trepando de manera
escandalosa.
Y ahí aparecen los medios de comunicaciòn enunciando temerarios
comentarios, más o menos crueles según el padrino que tenga penosamente el damnificado.
Algunos mueren sin pena ni gloria, y otros por poco son hasta casi
llevados a los altares, aunque los casos en sus causas sean similares.
Las causas no se tocan, pues son obviadas, ignoradas y rechazadas por
el gobierno de tuno con el apoyo “inestimable de los medios de comunicaciòn”.
No comprenden o no quieren comprender, le escabullen a las causas,
porque éstas afectan intereses y son votos que al final del camino se pierden.
A los jóvenes les han hecho creer que si en la escuela no tienen aire
acondicionado, la “compu” (que sin contenidos previos no sirve para nada) no se
puede y no se debe concurrir.
Pero a la preciada diversión que arranca en plena madrugada, así ya
vienen adobados, donde el apretujamiento es total, y son manejados como vaca en
el corral por los matones que cuidan el negocio, nadie la pone en tela de
juicio ni pide cambios.
Lo que fue reemplazado fue el orden natural, el orden fundado en
valores.
A aquellos que superen los sesenta les propongo que recorran las
calles de la ciudad, y si prestan atención verán asombrados como muchas casas
enormes antiguas se han ido transformando en dependencias de los juzgados que
crecen y crecen.
¿Por qué crecen?
Muy simple, el desorden avanza y la solución no está en crear y crear
juzgados, sino en la prevención, respetar los valores, el orden natural y
entonces, todos estos emprendimientos judiciales no serían necesarios y la
reducción de gastos aliviaría, para dejar contentos a los libertarios, el
“déficit fiscal”.
Roberto E. Franco
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