martes, 13 de febrero de 2024

DIALOGO Y VERDAD I

 

“El fin del saber teórico es la verdad,

                                                                                    el fin del saber practico es la acción”.

                                                                                                                                             Carlos Daniel Lasa

El hombre moderno atesora diamantes en esfuerzos denodados por poseerlo todo. Desde muy joven se empecida en hacer crecer su granero en forma interminable.

Hasta no hace muchos años había diferencias sustanciales. La globalización aún no había hecho mella con su maldita huella de destrucción. 

Pero, esos diamantes almacenados en años de inquietud, desenfreno y avaricia se van empalideciendo, aún,  a los ojos de su lujurioso dueño.

Muchos sucesos acaecidos acreditan este proceder. Los faros que desde el púlpito, desde la cátedra o desde el ejemplo de una vida anhelante de la verdad, iluminaban el mundo, languidecieron para apagarse luego, ante el avance arrollador de la modernidad.

Los laicos también, apoltronados en la comodidad, o lo que es mucho peor, en “el no te metas”, o en el adecuar la fe a nuestra conveniencia e intereses, no hemos acompañado y sostenido a la jerarquía en su propagación de la doctrina.

Muchas expresiones y alianzas aparatosas disimulan y adulteran ideas que originariamente, tienen un contenido insuperable. 

Comenzaremos por lo primordial. El diálogo tiene una trascendencia inimaginable para el hombre. La conversación nos enriquece pues algo de la misma nos transforma, nos ofrece nuevas ideas. Pero para que sea fructífera es imprescindible saber escuchar.

Como afirma Carlos Lasa esa virtud, que parece estar desapareciendo, muchas veces es reemplazada por una actitud concentrada sólo en aquello que quiere, piensa y siente. Aquel que siempre se escucha a sí mismo se halla incapacitado para acceder al otro, solo atiende a sus propios intereses e impulsos.

La conversación tiene como componente excluyente la gratuidad, y por ende los que participan lo hacen con un espíritu totalmente desinteresado.

Muy distinta es la traza que adquiere la negociación donde ya no priva la gratuidad sino el interés.

Las personas que negocian ven esfumadas sus propias personalidades y solo se perciben los intereses económicos o partidarios que representan.

La negociación no es diálogo, pues no existe en la misma, la comunión que caracteriza a los que dialogan. En la defensa tesonera del interés que representa pone en evidencia el rastro cardinal de la modernidad: el individualismo.

Siguiendo con Lasa quien negocia, dominado por las exigencias de sus intereses, no tiene consideración para con el otro (siempre lo ve como a un enemigo al que tiene que sacarle ventajas), y menos aún para con el bien común de la Nación. Su “parte”, su pequeña isla representa al todo. Este tipo de persona es incapaz de remontarse a una visión universal, única perspectiva capaz de hacer justicia con sus semejantes.

El negocio del cuál proviene la comunicación destruye el diálogo entre los hombres privando siempre la locuacidad, el descaro y el arte de la seducción.       

Para que el diálogo fluya espontáneamente es forzosa la primacía del ocio en la vida del hombre.

Lasa define el ocio como un estado del alma que se manifiesta en una “forma de callar”, en un “no anticiparnos a nada” con nuestro hacer para que podamos percibir la realidad tal cual es. Así como solo puede oír el que calla, así solo también puede percibir lo real el que no se anticipa a la postración de las cosas, y las deja ser aquello que son.  

En el sentido que lo expresamos el ocio representa la ausencia de trabajo, y si se quiere la reticencia al esfuerzo.

Muy distinta es la pereza de la cuál Pieper advierte la falta de ocio, la incapacidad para el ocio, está en estrecha relación con la pereza; de la pereza es de donde procede el desasosiego y la actividad incansable del trabajar por el trabajo mismo. 

Por la definición de ocio que expusimos, podemos deducir que nos permite ver (la teoría) tal cuál es, criterio esencial para alejar la distorsión o falsificación del ver a causa de la tiranía del querer.

Todo lo expresado tiene mucho que ver con el significado de la verdad.

¡Sí, la Verdad!, no  tu verdad, ni  mi verdad.

El fin del saber teórico es la verdad, el fin del saber práctico es la acción.

De esta última expresión podemos decidir que el mal concreto de la modernidad radica en el abandono del ocio.

El ocio es el que permite al hombre la visión de todo lo real, y en consecuencia es aquello que le permite al hombre ser libre.

Es menester recordar lo que permanentemente conceptuamos sobre el ascendiente que ejerce la responsabilidad social empresaria en estos tiempos.       

Al darle tanta importancia a la acción en detrimento del ocio surge la fragmentación. Todo lo investigamos en razón de la fracción que nos interesa, lo demás escapa definitivamente a nuestro razonamiento.

El diálogo es esencial para destrozar esta impronta fragmentaria de la modernidad.

Por todo ello, para que exista el diálogo es menester que los que dialogan tengan logos.

El logos es el principio que dispone el discurso sobre la realidad. Por ello, para que haya diálogo es menester que quienes se comunican posean el logos indispensable.

 

                                                                                              Roberto Franco

2.12.21

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