Siglos ya de la aprehensión del hombre a su insólita independencia de
una atadura superior que le dé sentido a su vida, y de un desenfrenado afán de
poder, dinero y otros desatinos de nuestro tiempo.
Esperanza
Ruiz, gran columnista
de La Gaceta y autora del exitoso libro Whiskas,
Satisfyer y Lexatin, lanzó el otro día en X la brillante
idea de que el artículo de
Sertorio, "Viernes", tendría que ser de lectura obligada en los colegios.
La escritora trae a colación la famosa ficción
“Robinson tuvo que naufragar y
acabar en una isla desierta para ser uno de los mitos fundadores del
individualismo liberal. En la Europa del siglo XVIII nadie flotaba a la deriva
en el mar de la historia. La sociedad tradicional era un conjunto de arraigos,
de dependencias, de fidelidades de las que dependía la supervivencia de la
comunidad: un todo orgánico, una inmensa familia, un ser casi biológico, en el
que el espíritu de la tierra y los muertos confirmaba la costumbre sin
necesidad de constituciones escritas.”
Entrados los siglos XVIII y XIX, la fábula de Robinson Crusoe recorrió
los libros de textos de una economía que se quería imponer no por la sapiencia,
sino por sus ansas de dominio y poder.
Ese hombre racional, libre, independiente de toda atadura, vigente en el
mundo desde hace unos siglos, es consecuencia del ingenio literario de los amos
del mundo, y no tiene nada que ver con la naturaleza con la cual se contrapone.
“El
hombre racional, independiente, libre, sin ataduras, abstracto, náufrago sin
historia y sin arraigo, será el antepasado totémico del homo œconomicus
contemporáneo: apátrida, mónada de producción y consumo perfectamente intercambiable por otra. El
pequeño inconveniente es que la aventura robinsoniana exige el naufragio, la
soledad, la ausencia de lo social”
Y ahora lo más importante”.
“Ese náufrago ilustrado coloniza
al buen salvaje, al inocente Calibán que cae en sus manos, le da un nombre
—manifestación absoluta del poder, algo que sólo se puede hacer con un recién
nacido o con una mascota—, lo reduce a sus categorías morales y lo somete a un
paternalista proceso de aculturación que lo descanibaliza”.
“En la Europa del siglo XVIII
nadie flotaba a la deriva en el mar de la historia. La sociedad tradicional era un conjunto de
arraigos, de dependencias, de fidelidades de las que dependía la supervivencia
de la comunidad: un todo orgánico, una inmensa familia, un ser casi
biológico, en el que el espíritu de la tierra y los muertos confirmaba la
costumbre sin necesidad de constituciones escritas. Robinson Crusoe era el Juan
Bautista de un nuevo orden, que estaba dispuesto a fundar su paraíso sobre las
ruinas del mundo tradicional. Paradójicamente, quienes se convirtieron en
adalides del individualismo eran personajes sólidamente organizados en guildas
y sociedades, accionistas de bancos y fundadores de las primeras compañías de
seguros”.
Lo que debe quedar claro es que
el liberalismo es el brazo armado del capital, en tanto que el marxismo es el
brazo armado de la disolución cultural y social.
Espectacular síntesis lograda con
ahínco y con efectividad, en tanto que los hombres masas que nos gobiernan, ellos
y sus intelectuales, no superan el paredón siniestro que les han puesto
delante.
El hombre, la familia, la patria
y Dios, para todos ellos, son cuestiones del pasado, ahora lo que queda vigente
como únicas virtudes desde este descalabro son el ajuste fiscal y las políticas
de estado que siempre recaen sobre los mismos.
Acotación al margen, un
determinado producto no existe en ninguna cadena de supermercados, hay uno de
los “amos del mercado” que lo tiene y te lo manda por correo.
Don Alberto Benegas Lynch, seguro
el mercado no tiene fallas, pero para los que usurparon el poder económico, con
beneplácito político (¡por algo será!), del lado de la demanda solo tienen
desprotegidos ciudadanos y familias desamparadas. En lo que tiene razón, es que
lo que venía rodando sin rumbo, absorbiendo para sí todo lo que encontraba a su
paso tampoco es aceptable.
Roberto Franco
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